Diario de León

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León conserva el privilegio de volver a ser cada agosto un poco de la tierra mágica que fue. Vuelven a llenarse muchos pueblos vacíos, y al cantarín eco de los ríos se unen las voces de aquellos que retornan a una tierra en la que su raíz familiar, a veces ya larga y retorcida, aún se nutre, quién sabe por cuanto tiempo. 

Son los hijos, los nietos, a veces los descendientes más lejanos, de una sangría pertinaz, a menudo ocultada y silenciosa, de la que ahora se hacen eco tantos medios de comunicación cuando etiquetan la devastación con el membrete de la España vaciada. Una etiqueta, un cartel de “se vende” en medio de un monte arrasado por un incendio.

El de la emigración es un tema poco conocido, pero fundamental para entender la contemporaneidad leonesa. Una de las personas que con más tesón lo ha estudiado es el historiador Juan Miguel Álvarez Domínguez. A través de un gran número de trabajos académicos ha ido perfilando la densidad de un fenómeno fundamental para conocer el vaciamiento de una provincia rural como la nuestra, el éxodo de unas gentes cuya presencia en la historia a menudo se oculta detrás de los grandes acontecimientos, pero que fueron los grandes protagonistas de nuestra época. 

Una conversación con Juan Miguel nos da cuenta de un peregrinar, que comienza con el siglo XX, a las promesas de prosperidad en Argentina, en México, en Cuba; empresas familiares por las que un un miembro del grupo se adelantaba para enviar recursos y establecer una cabeza de puente por la que otros iban desfilando hasta formar amplias comunidades en la distancia con raíces en el mismo pueblo. Procesos interrumpidos por guerras, por crisis económicas, pero que marcaron la idiosincrasia del campo leonés. Cambiaban los destinos,  y así de América se pasó a Europa en los años sesenta del pasado siglo (a Francia, a Alemania, a Suiza),  también a los focos industriales del desarrollismo franquista, pero no cambiaban los pobres que protagonizarán el éxodo ni tampoco el deseo de progreso. 

 Así fue hasta la crisis industrial de los 70, cuando el fenómeno se transformó. Pero sin embargo el goteo no cesa. Hoy Madrid, Barcelona y otras grandes urbes mundiales son los centros de acumulación de capitales y personas. Procesos en los que el campo leonés siempre ocupó la parte del débil, el que estaba ahí para nutrir con su sangre los grandes fenómenos que ocurrían en la distancia. Y así su tierra se convirtió en la fotografía de un paisaje, esa que cada agosto miran muchos con nostalgia en el álbum familiar de los recuerdos.

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