Diario de León

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Pasó San Juan, pasó el solsticio que le abre la puerta al verano. Se cierra ese ciclo festivo que va de San Juan a San Pedro, con San Pelayo en el medio, y comienza julio, mes del calor y de la espiga. Y de los pueblos. En otros tiempos lo fue por abrirse paso en ellos el bullicio de fiestas y cosechas, hoy por ser destino y descanso de aquellos que habitan el trabajo invernal de las ciudades. Julio da resuello a la asfixia de muchos pueblos en los que se abren ventanas largamente cerradas, es diástole, espejismo de vida en su penosa marcha de agonía.

Pero no piense el lector que los pueblos solo alcanzan su final en los tiempos de la urbe y de la industria. Que si bien este es un fenómeno que los afecta en masa como un andancio sin cura ni remedio conocido, los pueblos siempre fueron organismos vivos, como los habitantes que los habitan, sujetos al nacimiento, a la vida y a la muerte.

Poco suele saberse del nacimiento de un pueblo. Sin embargo, nunca faltaron explicaciones legendarias para el mismo. Es fácil encontrar casi en cada uno una historia más allá de la Historia que nos explique su aparición. Pruebe el lector a rascar un poco en muchas de las aldeas leonesas y encontrará leyendas sobre su fundación a manos de santos, frailes, nobles, pastores o moros. Incluso alguna tan curiosa como la de Villafranca, donde fueron las vacas las que eligieron en su deambular el lugar de su emplazamiento. Una protagonista, la vaca, que evoca la leyenda de la fundación de Cartago, donde la astuta Dido consiguió superar el problema que le había impuesto el rey de los getulos (le había concedido tanta tierra como abarcase la piel de una vaca) deshaciéndola en finísimos hilos.

 Y así como nacían, muchos pueblos murieron siempre a lo largo del tiempo. Que los pueblos deshabitados no son un fenómeno nuevo nos lo demuestra el Becerro de Presentaciones de la Catedral de León, de 1468, que nos habla de 26 despoblados entre los 1111 pueblos de toda la diócesis. Y las explicaciones legendarias en León para estos despoblamientos son muchas: envenenamiento de los habitantes por beber el agua que corrompió algún animal dañino, la mirada mortífera del basilisco, el hundimiento bajo las aguas o el aniquilamiento bajo el fuego. 

Siempre hubo pueblos que nacieron y murieron. Ante la oscuridad de la historia, la gente acudió a las leyendas para explicarse aquellos fenómenos. Hoy, las tinieblas siguen envolviendo una explicación satisfactoria para la desaparición de tantos lugares en una agonía que se extiende y que solo encuentra un mísero alivio en estos meses que ahora comienzan, cuando muchos acuden a levantar, aunque sea por unos días, las persianas para que entre la luz de los recuerdos.

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