Diario de León

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Los años empiezan con ilusión, llenos de deseos y buenos propósitos. Y terminan como terminan. Siempre con ganas de pasar la página del calendario en ese salto al vacío de las campanadas. Hay años a los que les pondríamos un candado o directamente los enterraríamos. 2013 y 2020 han sido de lo peor del siglo XXI.

El uno fue el de las colas del paro y del hambre. Muchas personas perdieron su ‘vida normal’ para convertirse en excluidos. El único colchón social fueron las organizaciones humanitarias y de caridad. Empezamos a normalizar las estampas de gente aparentemente normal hurgando en los contenedores de basura. Y la juventud se fue otra vez.

En 2020, la pandemia nos ha tratado como muñecos de feria a los que se golpea con pelotas. En mayor o menor medida a todas las personas nos ha tocado el virus y aún no sabemos hasta dónde nos cambiará. A pesar de la esperanza que nos mantiene en pie, de la sonrisa con que encaramos el primer día del año y de nuestro empeño en encontrar la felicidad en las pequeñas cosas de la vida, somos conscientes de que estamos ante un cambio de paradigma. Intuimos que la democracia es tan vulnerable como cualquier persona al virus y que el sistema capitalista se está reconstituyendo como las vacunas que nos acaban de llegar, en las que hay que repartir el compuesto en cinco dosis y mezclarlo con suero fisiológico.

De cuánto tiempo verdaderamente disponemos para dedicarlo a nuestros seres queridos o a nuestra propia vida? ¿Quién se lleva nuestro tiempo?

El dinero fluye de los estados, que tienen que endeudarse, para poner un respirador al tejido económico, y nos preparan para que mucha gente quede en el camino, para que renunciemos a los derechos conquistados, para que aceptemos que la sanidad y las pensiones, como ya pasa con la educación y el sistema de cuidados, son bienes que no nos pertenecen.

Escapé al ruido televisivo de fin de año y me han llegado las campanadas de las alabanzas a Ana Obregón por sus palabras en la soledad de la Puerta del Sol (el año murió como vivió). «Lo más importante en esta vida es dedicar a las personas que quieres tiempo y amor», dijo la actriz y presentadora. Es de esas frases que firmaría casi todo el mundo. Hacerla realidad es otro cantar. Es un acto revolucionario, porque el tiempo verdaderamente libre un bien muy escaso. Como el agua, que ya han puesto a cotizar en bolsa en Wall Street.

El tiempo lo devora nuestro trabajo; el amor, la angustia vital por llegar a fin de mes o no alcanzar las metas. A las personas que queremos les cuidan las trabajadoras peor pagadas y más precarizadas. O delegamos en madres, abuelas y abuelos. Los cuidados, a las personas y al planeta, son el reto de nuestro tiempo. No paremos el reloj en las 16 semanas de permiso de paternidad, al fin, igualitario e intransferible, otra conquista del feminismo para todos y todas que se acaba de estrenar con 2021. Que no va ser un año fácil, no...

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