Diario de León

Antonio Manilla

Injerto de neuronas

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La larga historia del injerto aplicado a seres humanos comienza con unas conchas agujereadas para ensartarlas en un collar y una mano de almagre sobre la piel para evitar la incomodidad de las picaduras de los insectos. Antes, aunque fue cosa de otra especie, los neandertales se adornaron con plumas de aves depredadoras, algo a lo que los amerindios y los músicos de glam-rock también le tuvieron mucha afición. A aquellos ornatos prehistóricos más adelante se les denominó complementos y pasaron a ser una parte importante de la moda, que es la diferenciación de temporada. En el Paleolítico Superior crearon furor y tendencias. Todavía no exigían sacrificios físicos como perforaciones, inyecciones de tinta o estiramientos de la piel, pero la historia del adorno y del injerto terminarían entrelazadas con el tiempo.

Desmond Morris nos bautizó a los hombres como el mono desnudo, pero en realidad somos el simio vestido, enjaezado, estético. Aunque aquellos complementos pioneros eran injertos de quita y pon, que no producían secuelas, no ocurre lo mismo con algunos otros aderezos, desde el plato labial de algunas tribus amerindias a los tatuajes de ciertas tribus urbanas. Mientras se queden en el perímetro del cuerpo ajeno, pensará el lector, allá cada cual. No puedo estar más de acuerdo. El problema que yo percibo es que el Transhumanismo, que propugna nuestra simbiosis con la tecnología y el hombre plus («H+» es su símbolo), ya no solo pretende implementar nuestro cuerpo sino que aspira a mejorar con partes de él a las máquinas.

Intel está haciendo ahora mismo procesadores con chips y neuronas integrados. «Chip neomórfico», lo llaman. La velocidad de transmisión de una neurona es mil veces inferior a la de un circuito integrado, pero tienen una cualidad de la que estos carecen: percibir estímulos del medio, adaptarse a cambios imprevistos. Se aspira así a que un objeto tenga la habilidad de procesar como un cerebro. La primera versión que sacaron ya diferenciaba olores igual o mejor que nosotros. Han seguido trabajando y, aunque aún no ha salido esta tecnología del laboratorio, ya se especula con que su segunda versión llegue a hacerlo. Seguramente imitará alguna otra capacidad humana y punto. Pero, metidos en ese camino, ¿hasta dónde será capaz de llegar esa especie de ciborg al revés, en el que se mejora la parte inorgánica, en el futuro? ¿Alcanzará a tener conciencia? Esperemos que lo eduquen en las tres leyes robóticas de Isaac Asimov.

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