Diario de León

Antonio Manilla

Riaño, paisaje de consumo

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Con esto de la pandemia nos han crecido los pies de foto y los miradores. En las ciudades amenazadas por el olvido se han puesto letras gigantes con su propio nombre en puntos fotogénicos y en los pueblos, bancos y columpios con un paisaje de postal al fondo. Sin estar por principio ni a favor ni en contra —son mobiliario de moda condenado a pasar de moda—, es conveniente no olvidar la aspiración a crear paisajes de consumo que está detrás de todas esas vistas de concurso, votaciones para elegir el pueblo más rural — aunque nunca el más agrícola o ganadero—, la aldea con mayor encanto o el mirador con el banco más molón de cada provincia.

Se trata de acciones de promoción, encaminadas a obtener unos beneficios inmediatos en forma de turismo y visitas, una parte más del gran negocio de la movilidad y el empleo que esta genera. Con una armazón de servicios detrás tienen sentido, porque se rentabilizan dejando recursos en la localidad y sus alrededores. Ponerlas en un desierto, aunque solo lo sea demográfico, no parece una gran idea, sin embargo. Antes incluso de que dejen de ser novedad de interés, fracasarán, porque habrán nacido muertas: sin la infraestructura necesaria para capitalizarlas. Serán, a lo sumo, una loca aventura romántica, que tampoco dice uno que no sea bastante, en unos tiempos tan necesitados de algún romanticismo como los nuestros.

Una placa que veo casi cada día frente a las casas de don Pablo me recuerda que, allá por el año de 1983, La Asunción fue elegido como el barrio más popular de la ciudad por la audiencia de Radiocadena Española. Hoy, nada fuera de esa placa lo diría. Demasiado alejado del centro bonito que se adecenta para las visitas, Universidad y Mercadona lo han revitalizado hasta cierto punto, pero la mayoría de las noches parece que hasta el ayuntamiento se avergüenza de él, porque nada más enciende las farolas de un lado de la calle. Aunque tarde o temprano le espere el mismo destino de un amable olvido, el columpio de Riaño, al venir a unirse a otros miradores que tiene el pueblo muy bien publicitados, pone en valor aquí y ahora un tesoro natural y capitaliza un paisaje que ha sabido integrar con el paso del tiempo esa cicatriz del pantano que parecía insuperable. Es, de nuevo, un ejemplo de montaña viva.

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