Diario de León

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La utopía es el fruto más alto del árbol del porvenir, la pieza inalcanzable, la zanahoria que nos hace avanzar por el camino hacia algo que quién sabe si será mejor o no, pero que en un momento dado nos lo parece. Bajando a la arena de lo real, la utopía —la esperanza puesta en un mañana mejor— es la herramienta que nos da la democracia para que todavía tengamos momentos de creer en los políticos. Esas ilusorias epifanías.

Aquí por democracia se entiende arrimar un sobre a una urna cada cuatro años o así. Olvidando las mentiras y los engaños, haciendo de tripas corazón, el españolito de a pie acude al colegio electoral con mascarilla, desde mucho antes de la pandemia, para eludir el tufo que desprende nuestra política, una manera de gestionar lo público que ha permitido la corrupción, los embustes flagrantes, el surgimiento de una casta demasiado indemnizada —son dos años— por el simple hecho de haber ocupado un alto cargo. La idea de servicio ha estado desterrada de la escena desde siempre: como los puestos en las listas los seleccionan los partidos, no precisamente en función de las capacidades de gestión, la ideología hay que llevarla puesta hasta al retrete. Por eso están tan politizados nuestros políticos: no quieren perder el puesto, el que se mueva sale de la foto.

¿Y, con esa renuncia a la propia dignidad que es la obediencia ciega, ser político compensa? Compensa. No da como para entrar en la lista Forbes, pero mire a ver si conoce a alguno que no haya salido más rico que llegó. Si los hay, son habas contadas. Y uno no estaría en contra de que se les premiase en proporción al bien que hicieran, pero otra cosa muy distinta es que prosperen en función del daño que causan, los errores que cometen y la paz que dejan cuando se van. Se mire desde donde se mire, siempre que se haga sin un carnet al corriente de pagos, el podio del despropósito son esos retiros oficiales e indiscriminados que suponen una enorme merma para el erario público. Como quiera que, pese a todo, la democracia es el sistema menos malo de cuantos los humanos hemos ensayado en nuestra larga historia, convendría modificar algunas cosas para hacerlo, si no mejor, algo menos gravoso para la ciudadanía, poniendo fin a esas «jubilaciones» doradas. Stop a las prebendas.

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