Diario de León

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Ponferrada era una ciudad de oro y de pobreza que tenía algo del Far West. Una ciudad de estraperlistas y predicadores, de obreros polvorientos y empresarios ávidos de dinero. De bares de borracheras y prostíbulos. Una ciudad de mineros sin minas.

Ponferrada fue la ciudad del dolor y del hambre en los años cuarenta, marcada por los represaliados y los muertos. Por los guerrilleros en las montañas y los asesinados en las cunetas. Y fue la Ciudad del Dólar en los cincuenta, la ciudad que creció empujada por la prosperidad de Endesa y el carbón.

En aquella Ponferrada remota, grisácea y fabril, llena de baches y de confidentes policiales, de olor a carbón y a chacinería, a los niños de la edad de César Gavela —son sus palabras las que emergen en los párrafos anteriores— les fascinaban los trenes de vapor, los autobuses de la empresa Fernández, revestidos de colores fúnebres, y los camiones antediluvianos, azules y amarillos, de una constructora que ya no existe.

Los niños de la edad de César Gavela — hijo de un comerciante que explotaba un almacén de coloniales, sobrino del futuro alcalde Celso López Gavela— se paseaban por el barrio de chalets de la Minero Siderúrgica de Ponferrada, por la estación del tren de vía estrecha a Villablino, y miraban con deseo reprimido al bosque privado que ocultaba la mansión del Belga.

La ciudad, escribió Gavela, era aquel territorio de grava y mimosas, de raíles y economatos, de setos bien cortados y un hospital, en lo que hoy es el colegio Valentín García Yebra, donde ingresaban a los mineros heridos.

«Las cosas solo existen cuando alguien las cuenta», decía hace un año el director del Teatro Bergidum, Miguel Ángel Varela, para poner en valor la obra del escritor recién fallecido en Valencia. Si Ponferrada existe en la literatura, explicaba, es porque autores como Gavela, que fue niño en la Ciudad del Dólar, la contó en sus novelas y en sus artículos. La Gaveta, titulaba su columna en este periódico, como aquellos cajones donde se guardan los objetos que uno quiere tener al alcance de la mano. Y eso es lo que hará el Instituto de Estudios Bercianos cuando en unos días le dedique sus Jornadas de Autor al escritor de El Puente de Hierro; abrir, por fin, la gaveta de César Gavela.

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