Diario de León
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León

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VIVA ESPAÑA… PESE A LOS ESPAÑOLES Cada día encuentro nuevos motivos para sentir vergüenza de ser español; cada día renuevo mis ansias de autoexiliarme de esta natural condición, pero me falta coraje para dar el paso definitivo. Mientras, vuelvo a presenciar nuevas representaciones del esperpento nacional que me llevan a confirmar que dentro de cada español no sólo hay un chorizo en potencia (cosa que he sabido desde siempre, porque yo no soy la excepción), sino también un envidioso corroído por la peor de las enfermedades, y eso en tiempo de crisis resulta imposible ocultarlo. Con motivo de los recientes “éxitos” cosechados por nuestra flamante Familia Real, y ante las repetidas pruebas de la torpeza borbónica, el clamor popular elevó su volumen hasta niveles estridentes proclamando la abolición de la monarquía y la decapitación de sus cabezas más visibles; esos trasnochados Robespierres son los mismos que hace apenas unos años, cuando los monarcas visitaban su ciudad, acompañaban su desfile agitando banderas de España y acercando a sus hijos y nietos para que sus graciosas majestades los tomaran en brazos o les bendijeran con sus besos. Esos mismos que ayer lanzaban proclamas contra la monarquía, e inventaban chistes en torno a la figura del rey y de su nieto mayor (cuyo nombre no mencionaré por ser un menor y para no dar pie a nuevos chascarrillos), hoy se rasgan las vestiduras cuando escuchan a la presidenta argentina burlarse de nuestro querido rey, y rescatando el amor patrio del baúl de los recuerdos, declaran la yihad contra los argentinos y estampan en las fachadas de sus negocios versos de dudosa calidad literaria que nuestro admirado Gardel se negaría a interpretar. Y es que no toleramos que ningún extranjero se meta con nuestros reyes, porque para eso ya estamos nosotros: si hay que ponerlos a parir ya nos bastamos; no necesitamos que vengan de fuera a preguntarnos por qué seguimos manteniendo una institución tan anacrónica como innecesaria. España de charanga y pandereta, que diría el poeta. ¡Qué país de mediocres y borregos! Desde el último de sus ciudadanos de a pie hasta lo más selecto de nuestra clase política, vierten juicios populistas y demagógicos sobre la institución monárquica, como si fuera ella la responsable de la crisis económica que cada uno de nosotros, liderados por una clase política despreciable e incompetente, hemos provocado y de la que, difícilmente, podremos salir. Somos expertos en echar balones fuera y como suele ocurrir con los mediocres, nos desahogamos culpando a los otros de nuestros males y no de un mal uso de nuestra libertad a la hora de tomar decisiones. Celebramos con orgullo y rencor la “sabia” decisión del gobierno socialista de recortar el sueldo a los funcionarios (a esos parásitos gandules que continuamente hacen dejadez de sus funciones); coreamos con la patronal -y parte de la clase política- consignas contra los sindicatos y su supuesto inmovilismo; ahora abucheamos a la familia real porque el rey se va a cazar a Botsuana, su nieto mayor juega con armas y el yerno deportista coquetea con el fraude fiscal. ¿Qué será lo siguiente? ¿Dónde hallaremos un nuevo responsable de nuestros males? Aún nos quedan los franceses (Sarkozy nos menciona en sus mítines), los alemanes (la Merkel está ahogando a España), los marroquíes (están acabando con nuestros tomates, con nuestra pesca y, encima, siguen reclamando Ceuta, Melilla y Canarias), los chinos (acaban con la pequeña empresa porque el gobierno español les exime del pago de impuestos y les permite una libertad de horarios que para un español de pura cepa sería impensable). Nos sirve cualquier ficción para eludir la autocrítica, tan necesaria para empezar a asomar la cabeza. Ya no podemos echar la culpa a los inmigrantes que nos quitaban nuestros puestos de trabajo (el 90% de los inmigrantes trabajaban en empleos que los españoles rechazaban; el otro 10% lo hacía en empleos para los que los españoles no tenían cualificación). Nuestra “excelsa” clase política parece que por fin se ha puesto a pensar y cada día nos premia con nuevas medidas para combatir la crisis, eso sí, con cinco años de retraso; esa clase política que nunca lanzó mensajes de moderación, de contención, de ahorro, aún sabiendo que el 70% de los españoles estaba viviendo muy por encima de sus posibilidades, que el 70% de la población estaba gastando más de lo que ingresaba, que esto, más tarde o más temprano, tendría que explotar. Como es bueno para la economía, alimentemos el optimismo social y convenzamos al españolito de a pie que vive en el mejor de los mundos posibles y que se lance a consumir, que cambie cada mes de televisor porque en el mercado hay uno mayor, mejor y, sobretodo, más caro. Ese españolito de a pie que ahora se hace el tonto y no reconoce sus excesos y su parte de responsabilidad en esta profunda crisis y exige a Papá Estado el pago de pensiones no contributivas por no tutelarle correctamente, es el mismo que hace dos o tres años se pavoneaba orgulloso de su condición de ciudadano del Primer mundo y cuando escuchaba expresiones como umbral de la pobreza, exilio o migración, arrugaba el entrecejo como si eso no fuera con él. Una vez más recurro a la poesía y a Bertolt Brecht para decir: Ahora vienen a por mí, pero ya es demasiado tarde. Tomás Jorge Pérez

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