Diario de León

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Finales de los noventa, estoy con Vela Zanetti en un restaurante del Húmedo. Se indigna con la gran cantidad de comida que se le pone. «¡Pero cómo pueden ustedes traer tanto, si dejo en el plato me sentiré muy avergonzado! A los hombres se les da comida, a las bestias se las echa de comer», clama al camarero. Le trajeron menos. El Gobierno ha presentado un proyecto de ley destinado a que no se desperdicie comida. ünicamente acabe aplaudir esta iniciativa. La destrucción diaria de alimentos es un despilfarro económico y una ofensa a los más necesitados, de nuestro entorno o del mundo. Se pretende dar apoyatura legal a algo que en gran parte ya se viene haciendo. Ahora, se busca tanto que el consumidor pueda adquirir más baratos alimentos que tienen próxima su caducidad, como que la comida no utilizada en los restaurantes puedas llevártela a casa o vaya a servicios sociales y a organizaciones de ayuda. La pandemia ha intensificado una crisis que ya estaba ahí y ha recuperado del pasado formas de pobreza que creíamos erradicadas. Pero no son pobres solo los que piden en la calle. Tampoco están heridos solo los que sangran, ni se llora únicamente con lágrimas. Muchos españoles llevarán tatuado este tiempo aciago, ojalá no como miedo paralizante sino como compromiso. Hambre no, hambres. Sé las mías, ¿cuáles son las tuyas?

Asistí a la excelente conferencia cervantina de Díez Fernando, organizada por Sofcaple. Reflexionó sobre por qué sabíamos tan poco de la vida de Alonso Quijano anterior a su transformación en don Quijote. En efecto, apenas unos datos. Cuando regresa —o le regresan— maltrecho de su primera salida afirma: «Yo sé quién soy». Pero no se refería a que era el hidalgo de aquella casa, sino a su condición de ser humano al servicio de los pobres y los menesterosos. El desperdicio actual de comida le habría hecho salir de nuevo al camino.

De crío siempre me llamó la atención aquello de «bienaventurados quienes tienen hambre y sed de justicia». Otros padecen hambre de amor… de sosiego económico… de salud… de alegría propia o familiar… de buena suerte… de Dios… A cada uno su hambre, o las suyas. ¿Te acuerdas cuándo creíamos —con irresponsable ingenuidad— que el mundo funciona solo?

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