Diario de León

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Si algo queda del oeste en León que no le pueden arrebatar los lobos mesetarios, es que si la leyenda absorbe a la realidad, se publicará la leyenda. La de Genarín empieza porque siempre hay gente que necesita referentes para afrontar las consecuencias de su desatino. Ya pasaba antes de que John Ford le abriera a la humanidad el abracadabra del western crepuscular, y simplificara la medida de las cosas con la mirada que ofrecen los borrachos del entorno; los borrachos del pueblo, una institución, bien de interés cultural, aves en zona zepa, que hallan la fuente de la decisión mientras le dan al agua de fuego. Hay un momento de nebulosa en los méritos que hizo Genaro Blanco Blanco para elevarse a los altares de la devoción popular que siempre se inspira por la ocasión de empinar el codo; va bien el negocio, caña para celebrarlo; que la novia te dejó, vino para olvidar; que hace falta pensar, estaca para la ciencia infusa; y fuego, a discreción, para apagar la hoguera de la nostalgia. Vamos a creer que tenían razón esos fieles devotos de Blanco Blanco, Genaro, pellejero y tal, que se abandonaba en los estertores de aquel poblachón que era el León de la época, con regueros por el albañal del Espolón, y los huertos de la ribera del Torío entre las sebes y las chopas que ahora amparan a las cigüeñas y la sombra alargada de los penachos de la catedral. Los leoneses tenemos el defecto de los débiles atrapados por el azar y la ilusión de los necesitados; y hubo un momento en el que las hemerotecas tenían tantas fotos de Genarín como de Fernando Sánchez Fernández-Chicarro, que precedió en la alcaldía a Miguel Castaño, tipo célebre, del que tampoco hay en los archivos más recursos que los del santo pellejero. Luego, resultó que era ese ánimo de encumbrar la leyenda que todo lo puede, porque por eso somos oeste, oeste para beber y soñar mientras se bebe, y que aquella foto icónica del hombre que sorbía orujo de una copa de champán como una comadreja mete el hocico en el bote de la miel era una recreación ajustada al idealismo. Todos somos algo genarines; a ver quién no prefiere estar un poco bebido en el trance del camión de la basura por encima. Bebido, para tirar los tejos. Cuando el hombre que mató a Liberty Valance, dijo Dutton Peabody que el valor está de oferta en la taberna de enfrente; eso mismo dejó escrito Genaro Blanco en su última carta a los leoneses. Genarín. Apóstol y profeta.

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