Diario de León

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Entiendo que no todos los partidos puedan estar cien por cien de acuerdo con la nueva Ley de Cambio Climático. Puedo entender las reticencias de muchos de ellos sobre la descarbonización de la economía, con la que se ha cerrado el grifo de la supervivencia a todas las cuencas mineras sin antes presentar una alternativa real con la que puedan llenar la nevera las miles de familia que en el caso de León dependían de la actividad extractiva del carbón. Lo que no puedo comprender es la posición negacionista desplegada por Vox sobre los efectos del cambio climático, afirmación a la que se une su defensa de la energía nuclear como, precisamente, una de las vías para luchar contra eso que ellos mismos dicen que no existe, el calentamiento global. Quien lo entienda que lo compre, yo no, y el Congreso de los Diputados tampoco, que esta misma semana ha rechazado la enmienda a la totalidad presentada por Vox al proyecto de ley de Cambio Climático y Transición, por lo que la norma seguirá con su tramitación el la Cámara Baja. Los de Abascal tacharon de «liberticida» el texto porque, a su juicio, «quiere cambiar la economía y la vida de los españoles». Y es que de eso se trata, amigos radicales, negacionistas de la evidencia y defensores de lo imposible, de que cambiemos nuestra manera de consumir _lo que afecta a nuestra economía_, y nuestros hábitos y costumbres _nuestra forma de vida_, para que precisamente ese cambio climático que ustedes dicen que no existe, con un desprecio imperdonable a los científicos y expertos que llevan años demostrando las evidencias del efecto invernadero, no acabe con esa biodiversidad de la que el líder de Vox, Santiago Abascal, se confesó admirador el otro día en su visita al Museo de la Fauna Silvestre de Valdehuesa, en León. Claro que no tengo muy claro si los prefiere ver vivos y en libertad, o los prefiere ver como trofeos, con todo el respeto que me merece el trabajo de investigación y recopilación del doctor Romero. Según la Nasa, la temperatura media de la superficie del planeta ha aumentado unos 0,9 grados centígrados desde finales del siglo XIX, un cambio impulsado en gran medida por el aumento del dióxido de carbono y otras emisiones a la atmósfera producidas por los seres humanos. No sigamos negando la evidencia.

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