Diario de León

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No porque sea época de magostos y matanzas, ni porque lo que más apetezca sea un puchero y una lumbre con las zapatillas metidas en la frontera del fuego y el pescuecín abrigado y encogido. Que lo es. Castañas nos llueven todo el año, pero hay temporadas que caen del tamaño de melones veraniegos. Y hay que decir que sí a todo, no vaya a ser que en vez de los castañazos contra los que nos hemos inmunizado sean prometedoras realidades que nos ayuden a sacudirnos el letargo y los calambres. Esperanza y confianza es lo último que se pierde, aunque sólo sea porque es lo último que queda. Y no es pesimismo lo que subyace. Al revés. Hay mucho y bueno.

Pero del optimista al iluso hay un trecho difuminado. El que separa a quien persigue activamente sus objetivos del vago que espera que le vengan los bienes mientras dormita ajeno a aquella máxima de que si siempre haces lo mismo, siempre obtendrás los mismos resultados.

En los últimos días se han anunciado sustanciosos y prometedores proyectos que miran con tiernos ojitos inversores a la provincia. Y tiran la caña a ver qué se pesca aquí, mientras hacen lo mismo en otros lares. Están muy en su derecho, irán donde más les den. La cuestión es que si se han fijado en León es porque tiene méritos para acoger sus millonarias inversiones y arropar sus ambiciosos desarrollos. Y ante eso se echa de menos un rápido frente común de instituciones, patronales, inversores y Universidad perdiendo la rabadilla para poner alfombra roja a las iniciativas.

Eso sí, con análisis, garantías y fianza por delante, porque aquí de vendemotos cazasubvenciones estamos hasta donde rima. Sin olvidar que no son ni mucho menos la mayoría. Que aquí aterrizan sin ruido muchos otros proyectos con vocación y sin dobleces, que hay grande mucho más de lo que queremos ver. Lo cual no impide que todo lo bueno por venir se reciba con los brazos abiertos. Aunque sea entre los llantos de las plañideras que descuentan una vez más antes de tiempo las agónicas consecuencias del gobierno que, le pese a quien le pese, ha decidido la mayoría de los españoles. La debacle comienza antes de tiempo porque cualquier momento es bueno para justificar que se aprieten las tuercas a quienes no les queda más que padecer tanto a presuntos verdugos como a presuntas víctimas. ¡Toma castaña!, entonan ya los pagamos de siempre.

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