Diario de León

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A falta de esa vacuna real que ponga coto a la pesadilla, se suponía que las tremebundas consecuencias de la primera oleada de la pandemia nos iban a dejar figuradamente vacunados para prevenir una posible segunda oleada. Pero vista la virulencia (valga la redundancia) de esta última, a la vista está que no hemos sido capaces de escarmentar ni siquiera en cabeza propia. Hubo quien advirtió —entre otros, recuerdo que el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría— de la falsa dicotomía entre Salud y Economía, pero no hubo forma de qué a nuestros gobernantes les entrara en la cabeza. Finalizado el confinamiento primaveral, se emprendió una alocada carrera para recuperar cuanto antes la actividad económica. Y de los polvos de aquella precipitada desescalada han venido los lodos de esta segunda oleada que nos tiene de nuevo contra las cuerdas. Nadie entona el mea culpa de aquella precipitación —forzada por los gobiernos autonómicos y consentida por el Gobierno central— y menos aún de las insuficiencias de un sistema de rastreo que permitiera seguir y acotar los nuevos brotes evitando con ello otra expansión incontrolada de la pandemia. Llama la atención ahora que algunos de los responsables del relajamiento veraniego contra la pandemia propugnen ahora las medidas de mayor dureza, abogando por el regreso al confinamiento domiciliario. ¿Será que, aunque con retraso, han terminado escarmentando? ¿O se trata de una estrategia calculada que a la postre vuelve a responder a espurias motivaciones económicas? Existía la sospecha de un cálculo consistente en considerar como mal menor un confinamiento domiciliario en noviembre a modo de plan de choque que reduzca con la máxima rapidez el ritmo de contagios y permita abrir la mano para salvar el consumo (esto es, el comercio y la hostelería) durante las Navidades. El presidente de la Junta, Alfonso Fernández Mañueco, ha sido bastante claro al respecto, al afirmar que «se están tomando medidas duras precisamente para salvar las Navidades y no solo en el aspecto comercial, sino también en el emocional». Pase el aspecto comercial, pero el emocional, se compadece mal que el nuevo revés —y ya van dos— sufrido por el gobierno Mañueco de manos del Tribunal Superior de Justicia, que ha tumbado su decisión de prohibir las visitas a las residencias de ancianos. Una prohibición felizmente revocada que no contribuía precisamente a mejorar el estado emocional del sector de la población más vulnerable ante la pandemia. Vale ya de hipocresía política.

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