Diario de León

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A la paciente espera de que la vacuna derrote al maldito virus, algo que en el mejor de los casos no ocurrirá hasta bien avanzado el año, está por ver hasta qué punto y de qué forma la pandemia ha cambiado la forma de ser y actuar de los supervivientes a etsa calamidad (desgraciadamente, los que han caido y seguirán cayendo en combate no tendrán ocasión de experimentar ninguna posible mutación).

Allá por el mes de marzo, bajo el shock del confinamiento domiciliario general, nos dió un ataque de buenismo, solidaridad y humanidad cn el que supuestamente ibamos a enterrar el egoismo con el que normalmente nos conducimos. Estábamos convencidos de que saldríamos del trance siendo “mejores y más fuertes”. Bastó que el virus nos díera un respiro para comprobar que esos propósitos tan voluntaristas se los llevaba por delante esa «nueva normalidad», en la que, en lo sustancial, volvíamos a comportarnos como siempre, tal como éramos.

Y estoy hablando del comportamiento del ciudadano de a pie, ya que la clase política ni siquiera se hizo ese propósito: siguió yendo a lo suyo sin inmutarse, tratando de sacar beneficio partidista del desastre. Ni ella ni nosotros tenemos enmienda. Por mucho que abominemos de nuestros políticos, la realidad es que no dejan de ser fiel reflejo de la sociedad a la que representan. En otro caso, en lugar de legitimarles elección tras elección, desertaríamos de las urnas. Y la supuesta desafección ciudadana nunca ha llegado a ese punto, si bien es verdad que cada vez son mas los que votan «en contra de» que los que lo hacen «a favor de».

El genial Groucho Marx reunió en su repertorio un conjunto de sentencias políticas que no pueden estar más a tono con la situación. Calcada aquella según la cual «la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Pero también acuñó otras aplicadas al ciudadano de la calle no menos lúcidas y agudas. «Todavía no se qué me vas a preguntar, pero me opongo», dice una de ellas. Concluyente como pocas esta otra: «Sólo hay una forma de saber si un hombre en honesto: preguntarselo. Y si responde que sí, entonces sabes que está corrupto». ¿Y cuantos darían un paso atrás si se aplicaran aquello de que «yo nunca pertenecería a un club que admitiera socios como yo»...?

La ventaja del nuevo año que se nos viene encima es que esta vez no incurriremos generalizadamente en las habituales estupideces consistentes en proponernos dejar de fumar y/o de beber, aprender inglés o apuntarnos al gimnasio. Con no pillar el virus ya nos damos por satisfechos.

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