Diario de León
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Fuego amigo | ernesto escapa

La eminencia de la Catedral, que domina con sus agujas la estampa de la ciudad, marca la imagen de Burgos. Y desde luego, es su tesoro, el primer reclamo para el viajero. A su alrededor se despliega una ciudad dinámica, pujante y orgullosa del legado de su historia. La cuna del Cid, la Cabeza de Castilla jalonada por los monasterios más ricos y hermosos, desde Miraflores a Las Huelgas. Pero también la ciudad de tradición mercantil, que gestionó el negocio medieval de la lana con Europa y ha sabido mantener su pulso industrial.

Muy pocos lugares en el mundo pueden ofrecer al viajero tres elementos declarados Patrimonio de la Humanidad. En Burgos, además de su catedral gótica, exhiben esa vitola de universalidad el Camino de Santiago, que recorre capital y provincia, y el yacimiento de Atapuerca, situado en la senda peregrina, a las puertas de la ciudad.

Precisamente, para poner en valor el fantástico legado de Atapuerca, la ciudad acaba de estrenar el Museo de la Evolución Humana, destinado a convertirse en referente mundial.

Los hallazgos de Atapuerca han ido ampliando la noción de nuestros preliminares, con grave enfado para quienes preferían abrir la novela de España con el nombre más poético de Altamira. El cuarto de siglo de Autonomía en Castilla y León ha supuesto para Atapuerca pasar de la asechanza de las canteras y de la artillería al esmero de las campañas arqueológicas y paleontológicas.

Pero no siempre fue así, aunque a menudo se olvida. El panorama con el que se enfrentaba a la altura de 1983 el investigador Emiliano Aguirre era como para desalentar a Job. Primero, por el desdén institucional a su labor. Luego, por la amenaza que suponía para los yacimientos el avance de las explotaciones calizas.

Cerraba la pinza de los asedios la declaración de la zona como campo de tiro militar, todavía vigente. Y, para colmo, la infamia. Todavía a fines de los ochenta el Ministerio de Cultura, en una decisión digna de encabezar la antología universal del disparate, desestimó, aduciendo falta de interés objetivo, la protección monumental del yacimiento.

Conviene recordarlo para rebajar los humos a los jinetes de un cierto centralismo displicente con las Autonomías. Con la apertura de este museo, la ciudad de los paseos fluviales añade al atractivo de su patrimonio monumental el gancho de un lugar único para conocer la historia de la humanidad.

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