Diario de León
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La veleta | juan carlos viloria

E l desfile por la pasarela judicial de los impu tados en el caso Malaya entrando en la Audiencia de Málaga dejó un rastro de estupor en los espectadores del telediario. El brillo de los implantes a la primera luz de la mañana mediterránea destilaba altanería y el crujido de los trajes nuevos al ritmo del taconeo subiendo las escaleras de la Justicia no era de abatimiento sino de altivez. La melena del empresario «Sandokán», las empaquetadas curvas de Isabel García Marcos (Melanie en la investigación) y de Marisol Yagüe (Heidi) podían evocar el bamboleo de cualquiera de las juergas interminables de Marbella.

La vida es un estado de ánimo y el saqueo de las arcas municipales, el trasiego de billetes en el portamaletas de los BMW -X5, dejando bolsas de basura con fajos de quinientos euros en el cuarto de la plancha, también se había convertido en un hecho cotidiano los últimos quince años. La impunidad, como el agua de la pecera, es la emulsión que permite a los delincuentes embolsarse una comisión corrupta con la misma normalidad que una concejala deja la propina en la peluquería después de ponerse mechas. La clave de esta celtiberia show en el microclima marbellí está en la página 123 del libro La última gota , de Héctor Barbotta y Juan Cano dos pedazos de periodistas de «Sur» de Málaga.

En su apasionante reconstrucción novelada de la investigación policial del caso Malaya uno de los policías apunta: «Todo el mundo sabe lo que pasa en Marbella; el Estado lo sabe, la Policía lo sabe, los periodistas lo saben, también los votantes que cada cuatro años renuevan su apoyo en los ediles porque creen que pueden obtener algo del saqueo general, lo saben». Lo preocupante es que sentados ya en el banquillo los acusados persistan en su desfachatez desafiando al público desde la portada de Vanity Fair como el ex novio de la Pant oja o encaramadas en sus tacones de aguja las Corulla, Marcos y Yagüe. ¿Por qué? Porque ahora empieza otro combate y los presuntos piratas con el botín escondido en algún peñón meridional no lo dan todo por perdido. Un juez de instrucción que ingresó en la carrera en el 2000, Miguel Ángel Torres, confronta sus cientos de horas de seguimientos, escuchas, sudokus tributarios con un ejército de abogados. El buque insignia de este grupo es Horacio Oliva. Uno de los mejores penalistas de España. Un escualo con tres filas de dientes que ha defendido las causas de Jesús Gil, la familia Coca, Botín, Alierta y otros. En la sala de la Audiencia de Málaga la Justicia se la juega. Tan garantista, tan lenta, ahora va a dar la medida de su competencia y puede recuperar en un año la credibilidad perdida en décadas o quedar con la toga al aire por otros tantos.

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