Diario de León
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Con viento fresco josé a. balboa de paz

Por iniciativa de la Fundación Hullera Vasco-Leonesa y el Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León se celebró el pasado sábado, en La Robla y Sabero, una primera jornada de expertos en patrimonio industrial, en las que se pretendió ofrecer un estado de la cuestión y una perspectivas de futuro sobre este importante patrimonio. Aunque con un amplio consenso entre los intervinientes, cuyas ponencias y comunicaciones abarcaron muchos y diversos aspectos, las discusiones fueron vivas y la participación del público, especialmente las de algún empresario y los alcaldes de la zona le dieron aún más vivacidad, pues como alguien ha escrito recientemente, el patrimonio industrial está de moda. Y lo está por múltiples y, a veces, contradictorias razones.

Veinticinco años después del nacimiento de esta disciplina en España hay muchos aspectos de los que congratularse. En primer lugar el interés de los estudiosos por la materia y la conciencia social de su valor. Por entonces, años ochenta del siglo XX, tal patrimonio era, en el mejor de los casos, invisible para la mayoría, cuando no una antigualla sucia y fea que había que retirar en aras del progreso, lo que tuvo fatales consecuencias, por ejemplo en nuestra provincia donde se destruyeron ejemplos notables, como la fábrica Abelló o las instalaciones de la MSP. Hoy, por el contrario, la arqueología industrial es una disciplina académica y mucha gente ve en este patrimonio una seña de identidad y unos valores históricos y estéticos notables, y sobre todo un importante recurso turístico dinamizador de la economía de zonas en declive industrial. También la administración, muchas veces a remolque de críticas y protestas, se ha implicado en su inventariado, protección y, en algunos caso, musealización y puesta en valor, como ha ocurrido con la ferrería de San Blas de Sabero, la térmica de Compostilla, y algún otro ejemplo.

Pero también estos veinticinco años, pese a logros innegables, nos dejan muchas y preocupantes lagunas en los mismos aspectos de los que antes nos alegrábamos. Todavía no hay una conciencia general del interés histórico y del valor de dicho patrimonio, quizá porque no se conoce bien y lo que no se conoce no se valora ni se quiere; también porque los más directamente implicados, por ejemplo las empresas, son las principales interesadas en su destrucción: cuando entran en crisis abandonan las instalaciones, venden como chatarra las máquinas, destruyen la documentación y, si pueden, recalifican los terrenos: propiedad privada e interés público chocan aún después de su muerte. También la administración

-”todas las administraciones-” ha sido bastante negligente: la normativa sobre este patrimonio es aún muy inadecuada por lo que hay que reformarla y adecuarla a los nuevos tiempos, la protección es mínima y uno de los temas más recurrentes y preocupantes porque se está perdiendo inexorablemente mucho patrimonio, la descoordinación entre las administraciones es todavía muy grande.

Quizá las más interesadas, lo vimos en las intervenciones de varios alcaldes, sean las corporaciones locales, aunque no siempre incluyen esos bienes en los PGOU y frecuentemente carecen de medios para sostenerlos, pues ven en este patrimonio no solo un elemento que puede singularizarlos, aumentar su autoestima y reafirmar su identidad, sino sobre todo por ser un buen recurso turístico. Es cierto que aquí podemos caer en esa pretensión de cada pueblo tenga su museo, sin la menor coordinación y dando lugar a una monotonía que no ofrece la menor novedad entre unos y otros. Otras veces se cae en una banalización que desvirtúa la memoria de lugares que han sido centros de trabajo y no de diversión (si lo sabré yo que he visto a mi primo Florencio morir electrocutado esta semana por 6.000 voltios). Pero en esto ocurre como con otras muchas cosas de nuestro país, en el que la desvertebración territorial ha dado lugar a una incapacidad manifiesta de los poderes públicos para poner orden, establecer prioridades, jerarquizar los recursos, etc. Es hora de poner manos a la obra.

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