Diario de León
León

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A quel mandato universal del hijobuscaunoficioenelquenotemojes tiene una trascendencia especial ahora, en vísperas electorales; a la puerta de los partidos políticos se apilan kits para periodistas, de trajes de neopreno y paraguas gigantes, como aquellos de publicidad con los que el liquidador de la UPL pasea bajo la lluvia del brazo de sus socios por la calle Ancha. La encomienda del oficio para no mojarse es el sostén del sistema caciquil que dirige León desde la edad de los centuriones; lo que diga Don Esteban, que paga el pan, el vino y el escabeche, decían en esa época en la que los dominios de Corral llegaban a las puertas del palacio del Pardo. Y de ese modo resolvieron gestiones, referendos en los que salieron más síes que votantes en el censo, se inundaron valles y se cerraron minas, y se mandó a la gente a Bilbao, que es donde acaso acabaron los que no tuvieron sitio para huir a Alemania o Barcelona.

Para no mojarse, los mismos que votaron la reforma del estatuto de autonomía de Castilla y León -”áquel que demandaron riadas de gentes por las calles-” que sí, que los recursos hídricos de León fueran cosa de Valladolid, se lanzaron en busca de periodistas y arietes para embestir y crear opinión contra el artículo de traspaso de las competencias sobre el agua; sobre el Duero, de forma fina más allá de Benavente. Querían periodistas atizando confusión, sin plantearse que la campaña que querían instigar contradecía los principios orgánicos de su propio partido. Al final, quedaron retratados por la paradoja que habían alimentado entre el sentido de su voto en las Cortes y en el Parlamento y la insidia que buscaron en la trastienda de las redacciones, junto al cuarto de la conspiración, donde salen a subasta renglones torcidos en la información. A poco que hubieran confiado en la Justicia habrían ahorrado el bochorno de dejarse fotografiar con el agua por la altura del tiro del pantalón. El agua -”eso que dan en llamar Duero para desviar la atención de la diana-” es la causa de moda que recuerda el consejo más repetido de las madres a los retoños cuando abren la ventana y se lanzan al mundo. Un oficio en el que no mojarse. En época electoral se regalan chubasqueros y botas altas, no sea que la voz machacona de mamá no fuera suficiente elemento disuasor de lanzarse al río y, bajo el aguacero, a alguno le dé por descubrir qué hay detrás de esa extraña avaricia, de querer el agua.

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