Diario de León
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LUIS DEL VAL
León

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Hace ocho años José María Aznar, sobre unas encuestas que le auguraban la mayoría absoluta, decidió, muy anticipadamente, que no volvía a presentarse a las elecciones por tercera vez. Y, desde hace siete años, no está en el palacio de La Moncloa, y tampoco es el candidato del PP a las próximas elecciones generales, ni opta a la alcaldía de una gran ciudad el próximo 22 de mayo.

A pesar de ello, me resulta deslumbrante la obsesión que en amplios ámbitos del PSOE existe sobre José María Aznar, sea porque haya escrito un libro, porque pronuncie una conferencia o porque presida un acto de FAES.

Me resultaría igual de pasmoso que, en el seno del PP, cuando Felipe González talla una piedra o lleva a cabo una gestión en nombre del multimillonario Carlos Slim Helú, o, simplemente, concede una entrevista a un medio de difusión, se produjera un alud de comentarios por parte de toda la cúpula directiva del partido conservador, incluidos presidentes autonómicos y alcaldes en estado de merecer. Más aún, su cambio de pareja ha sido aceptado con una gran discreción tanto en los círculos políticos, como en los del periodismo llamado serio o convencional, y es lo correcto. Claro que me imagino a José María Aznar divorciándose de Ana Botella y emparejándose con otra señora, y me costaría mucho creer que aconteciesen los hechos y fueran recibidos con idéntica templanza.

Esta obsesión por Aznar debe tener su raíz en alguna especie de zozobra colectiva o de ofuscación que, más que de los conocimientos de un sociólogo precisaría del diagnóstico de un psiquiatra.

A mí Aznar me pareció un tipo bastante asequible antes de, y durante la primera legislatura, y algo antipático y soberbio en la segunda, aunque el sueldo creo que lo ganó en una gestión bastante acertada en líneas generales, que es lo que se le debe exigir a un presidente. Nunca escuché a González una referencia recordable y ácida sobre Suárez. Pero está claro que son dos periodos bastante diferentes. Por desgracia, muy diferentes.

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