Diario de León

EL BAILE DEL AHORCADO

Sordos mentales

León

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Una compañera está teniendo problemas con un lector a razón de un calificativo. A saber, sordo. El afectado indignado cree que al adjetivarle hemos de hacerlo como «discapacitado auditivo». Pero es que resulta que yo me considero discapacitada auditiva y no soy sorda. Me explico. Algunas veces me falta la capacidad de escuchar según qué cosas, sobre todo las sandeces, pero se me pasa al poco rato. Por ejemplo, si oigo sordo, escucho, si oigo discapacitado auditivo, me vuelvo ídem. La idiocia afecta por igual a tirios y troyanos. Hace bien poco, un colectivo agrario pedía a los académicos de la lengua que borraran del diccionario una de las acepciones de la voz 'rural', la que hace referencia a «inculto, tosco y apegado a cosas lugareñas». Verán. El problema es que el insulto no está en quién lo dice sino en quien lo recibe. Cuando yo era pequeña era gorda y fea (creo que estas dos palabras tampoco se pueden utilizar en el gotha de la corrección lingüística). «Con lo fea que eres, vas a ser listísima», me decía mi abuelo. Las cosas han cambiado. Sigo siendo lista -no tanto como creía mi abuelo-, pero cuando me miro, pues oye, que no estoy tan mal, y si oigo a alguien llamarme gorda o fea, pues, que me vuelvo discapacitada auditiva. Lo mismo debería pasarles a los habitantes del medio rural. Les habrá incultos, toscos y apegados a cosas lugareñas, y les habrá eruditos, sabios y refinados. La civilización ya no depende del lugar donde vivas. Hoy en día, las misiones pedagógicas tendrían la misma razón de ser en el campo que en la ciudad. Pero si borramos la acepción maldita del diccionario, llegará un momento en el que no podremos entender la literatura española. Fahrenheit 451 para Quevedo, para Shakespeare y para Cervantes, pero aún así, el lenguaje no se puede cambiar a tenor de la corrección política del momento porque es el resultado de la herencia cultural de siglos. A los militantes de la secta todo esto les da igual, es lo que tienen las orejeras. Además, la cursilería ideológica no se da tan sólo por aquí. Hace un tiempo, los discapacitados intelectuales llegaron a pedir que se cambiaran las novelas de Mark Twain para obviar la palabra 'negro'. Imagínense la de incorrecciones culturales que tendríamos que atajar. Para empezar, la de Goya ya no sería la quinta del sordo.

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