Diario de León

CRÓNICAS BERCIANAS

Belleza insolente

Publicado por
manuel félix
León

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Huele a limpio, a sombra de roble, de castaño, abedul y brezo. El aire es fresco y el sol te acaricia la cara como la mejor crema dermatológica. El agua crea poemas con sus sonidos de piedra. Una perdiz roja de cuello altivo y andares patosos dirige por la cuneta una manada de cinco polluelos. Los perros te observan con curiosidad y saludan con ladridos cansinos al atravesar los pueblos. La carretera es angosta. Intuyo que es imposible que se pueda estrechar más, pero me entra la risa floja al ver una señal de tráfico que propone precaución porque el ancho del asfalto aún irá a menos.

Es un lugar en donde los relojes son artículos superfluos, en donde el tiempo marca el valor preciso de lo necesario. Sin estridencias, sin sobresaltos. No conviene azorarse porque los que allí viven saben qué quieren y a donde van. Y su destino es disfrutar de lo sencillo, de lo genuinamente auténtico, de lo esencial, de la naturaleza en su máxima expresión. Bruta, ruda a borbotones, pero tan generosa como el abrazo de una madre. Existe armonía. El verde de sus valles arbolados es tan obsceno que la retina agradece esa belleza escandalosa. Escasea la belleza insolente, pero aquí todo puede suceder. Las montañas rascan la barriga de nubes del Oeste en uno de estos días de agosto y el todo invita a pensar en lo nimio e insignificante que eres.

Existen lugares espirituales y de viaje iniciático, como Finisterre. Pero también aquí, en este Bierzo, se dan atmósferas genuinas. Incluso menos contaminadas por las leyes del turismo y la economía. Escribo de Ancares y en concreto de Tejeira (Villafranca del Bierzo). Llegas allí y su poder natural es tan envolvente que no puedes seguir adelante. Una barrera montañosa lo impide. Es como el océano de Finisterre. No puedes pisar más allá y sólo te queda la opción de quedarte, paladearlo y volver atrás.

Llego a la casa de mis amigos. Es verano, pero el humo de la chimenea dibuja en Tejeira trazos suaves que intentan encaramarse a la loma poblada de castaños centenarios. Ese humo y también el bullicio de estos días de agosto en una vieja escuela —convertida en bar y centro social—, hablan de esperanza. La esperanza de los valientes que dieron el paso y apuestan por la vida en el pueblo. En Tejeira, como en el resto de Ancares, no piden nada, pero precisan mucho. ¡Ancares vive!

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