Diario de León

LA 5ª ESQUINA

La tarasca o la Guerra Mundial

Publicado por
JESÚS COUREL
León

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La nostalgia, como casi todas las emociones, es una intrusa que se cuela en nuestra intimidad, casi siempre con la música del tamborilero. Esta patrona de fotógrafos y antropólogos, que comparte amarillento cartel a la hora de festejar (quizá en exceso) los tiempos pasados, trabaja en agosto a jornada completa, bien sea con procesiones a san Roque, con carreras de burros o con recreaciones de la II Guerra Mundial. La nostalgia engorda con los festejos populares, pero mientras la palabra fiesta deriva del adjetivo latino «festivus» —cuyo significado es alegre, divertido y, por ello, el día festivo es un día jubiloso, una jornada pública donde está prohibido amorugarse—, la nostalgia deriva del griego (que son gente más seria) y vendría a significar «regreso al dolor».

Para los que militen en la jarana les recomiendo las celebraciones con el toro «Ratón», aunque algo de nostalgia llevan en el dolor las cornadas; mientras que los que profesen la morriña, los que piensen que cualquier tiempo pasado fue mejor, pueden entregarse en el sofá a las amenas páginas de «El Año festivo» de Julio Caro Baroja, el mejor compendio de cómo era la juerga en España. En estos días de agosto, cuando es difícil coger el sueño por el calor y los pasodobles, no hay pueblo que no ventile la carcoma de sus santos, con danzas de paloteo o con homenajes a Freddie Mercury. Y de todo se adueñará, después, la nostalgia.

El rey Alfonso X, en sus Partidas, agrupaba las fiestas en tres categorías: las que manda la Iglesia, las que mandan los reyes y las llamadas de ferias, que son las celebradas cuando se recogen los frutos. Las únicas que persisten sin alteraciones son las religiosas, aunque siendo agosto el que más fiestas concita nadie honra a santa Lidia la «Purpuraria», san Hormisdas o san Pemón (anacoreta de la Tebaida), conocido por «el monje de las sentencias», que descubrió que aunque el agua era blanda y la piedra dura, si caía gota a gota sobre ella era capaz de hacerle un agujero. Las fiestas de reyes y emperadores, son hoy los aburridos mitin—fiesta (como los de Rodiezmo o Silleda), que de divertido tienen poco salvo para el que necesita averiguar como va lo suyo. Para las llamadas de ferias, los etnógrafos citan con entusiasmo —además de las referencias a la fecundidad en cada algarabía—, las «tarascas» del Corpus, máquinas de madera sobre ruedas que representaban una monstruosa serpiente con muchas cabezas en movimiento que, si te descuidabas, te quitaban el sombrero. A cada época lo suyo, porque «el que quiere todo a su gusto, se llevará muchos disgustos»… Había que hacer algo.

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