Diario de León
León

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La fotografía de este periódico en la que se veía a Rodríguez Zapatero contemplando un retrato de Azaña, incorporado a la pinacoteca del Congreso, me recordó una escena con la que guarda cierta similitud. Poco antes de las elecciones de 1996, Felipe González, quien nunca había visitado oficialmente el Museo Reina Sofía, pidió contemplar El Guernica . Tal gesto, más representativo de su interés por lo mediático que de sus inquietudes plásticas, le sirvió de poco: perdió. Dicho retrato del último presidente de la República fue presentado junto con el de Adolfo Suárez. Nuestro paisano habló sobre «la soledad del poder», sentimiento que intuyó debieron de sufrir los dos retratados, en sus periplos políticos. Luego, ante las preguntas de los periodistas, precisó que no encontraba similitudes entre su caso y el de aquellos. Pero de la misma manera que la corbata escogida delata los ánimos con los que empiezas el día, hubo quienes entendieron que Zapatero —quien leyó sus palabras— sí estaba expresando cierta identificación sutil e íntima, aunque el hilo conductor de su discurso fue la capacidad de esos políticos y de los españoles para imponerse a la adversidad.

Por cierto, don Manuel no tuvo jamás ese aspecto de amable hobbit. Fue un parlamentario honrado, extraordinario orador y de portentosa inteligencia. Vivió con doliente clarividencia la guerra, pero nunca pareció un maestro relojero suizo. Su fealdad y su gordura condicionaron su psicología, aunque llegada la hora fue capaz de trascender sus propios complejos y pesares para pronunciar uno de los grandes discursos de la Historia, el conocido como «Paz, piedad y perdón». Dicha adulación física era innecesaria. La verdad suele ser más interesante y bella que su espejismo.

Por su parte, Rodríguez Zapatero lleva tiempo asistiendo a la espantada de falsos amigos. Hubiera querido hacer mucho más por España, pero no supo o no pudo. Si yo fuese él, llamaba al arquitecto que le está haciendo el chalé en Eras y le pedía que mi bañera llevase jacuzzi. Necesitará relajarse. Cerrar los ojos en un mar de espuma, perdonar y perdonarse, olvidar lo olvidable, retener sólo lo bueno… recuperar lo esencial. Azaña no pudo. Suárez ya no puede.

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