Diario de León
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antonio papell
León

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Rubalcaba ha lanzado, como parece natural, un debate oportuno en estas vísperas electorales: en la clausura de la Conferencia Política, el candidato socialista dijo textualmente: «en 2009 nos gastamos mucho para estimular la economía y, evidentemente, el déficit subió mucho; después empezaron las políticas de ahorro, y ahora hay dudas razonables de que nos estemos pasando en la dosis de ahorro». Rubalcaba hacía referencia al caso español, pero es obvio que, vacilaciones y dudas aparte, durante la legislatura que concluye hemos caminado, de forma más o menos voluntaria, al compás de Europa: primero se intentó combatir la crisis mediante inversiones del sector público —el plan E—, como hacía la mayoría de los gobiernos europeos, hasta que se advirtió que aquellas actuaciones equivalían a tratar el cáncer con aspirinas; más tarde, se llegó a la conclusión de que, tras la recesión, la recuperación de la normalidad y el crecimiento requería un retorno a la estabilidad.

Pero la economía no repunta tras la crisis. Ni en los Estados Unidos, donde no ha desaparecido el riesgo de una segunda recesión, ni en Europa, donde la locomotora alemana, después de un engañoso despegue, ha ralentizado de nuevo su crecimiento, quizá porque su sector exterior, que es el que tira de la economía en le país germano, tropieza con las dificultades de la mayoría de sus clientes. Y en esta coyuntura de indecisión, Obama ha adoptado la opinión de una parte de la comunidad académica al proponer la aplicación de estímulos fiscales para eludir el riesgo de una recaída y conseguir unas tasas aceptables de crecimiento que reduzcan el perturbador desempleo que también aqueja a la primera potencia mundial.

La sugerencia de Rubalcaba no supone un reproche a la política gubernamental pasada, sino una reflexión con valor de futuro: lo que está sucediendo en Grecia, país que no consigue superar la recesión a fuerza de acentuar los ajustes, debe servir de pauta al Eurogrupo: es ya el momento de que, superado lo peor de la crisis, la UE se ponga en la senda del crecimiento como objetivo.

En realidad, se trata de deshacer el círculo vicioso de la crisis: el inexorable ajuste para reducir los déficit contrae el crecimiento, pero gastar con más alegría incrementa el déficit. En el Eurogrupo, la solución consistiría en compaginar políticas nacionales de ajuste con políticas europeas expansivas, con planes de inversión supranacionales generadores de actividad. Ello sería muy eficaz si el presupuesto comunitario fuera significativo, pero, como es sabido, tan sólo representa poco más del 1% del PIB y se consume casi completamente en burocracia y política agraria. Por lo tanto, no es descabellado pensar que el Eurogrupo tendrá pronto que plantearse la necesidad de flexibilizar su actual rigidez y auspiciar políticas prudentemente expansivas.

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