Calvarios

Empecemos por el final. El pasado domingo fue un día duro para el PSOE, receptor a su pesar de una feroz hostilidad por parte del pelotón de iracundos electores que propinaron un palo de los gordos al veterano partido de Pablo Iglesias, acusado de vivir en estado de múltiple pecado mortal. Como aquel que dice, cada oficio tiene sus gajes y, aunque el asunto huele a sopa caduca, no hay que llevarse un mal rato y seguir al pie de la letra el precepto de levantar con chulería la barbilla cuando la cosa se pone fea. Como es natural, todo son loas y parabienes para el vencedor, cuyos entusiasmados seguidores están convencidos de que España ha retomado el buen camino y ya toca un pedacito de cielo con la punta de los dedos. Pero la asignatura pendiente, nada menos que la economía y el batiburrillo de los enloquecidos mercados financieros, sigue más que pendiente, dando lugar a un dolor de cabeza generalizado para el que no pinta buen remedio. Así que el señor Rajoy parece dispuesto a seguir la máxima del general De Gaulle: «En cuanto a la intendencia, pues ya veremos». El 20-N sólo ha sido la primera estación del Calvario, por lo que yo recomendaría eso tan manido de menos lágrimas y más rimel.

Hablando de Calvarios, no se pierdan la exposición que puede verse en el Edificio Fierro, organizada por el Instituto Leonés de Cultura, repasando uno de los capítulos más brillantes de la historia eslovaca. La Pasión se engalana gracias a un repertorio de caprichos artísticos que representan, en un universo tan mágico como fascinante, los últimos días en la vida de Jesucristo. Laboriosas escenas talladas por manos sabias nos cuentan desde la condena hasta el camino final hacia el Gólgota, donde fue finalmente crucificado. La inapelable belleza clásica que desprenden semejantes pinceladas de fantasía supone, a ojos del espectador, un refinado ejercicio de creación que dispara el placer de los sentidos.