Diario de León

TRIBUNA

De Nápoles a la Zarzuela

Publicado por
Carmen Busmayor
León

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Cuando una desea tratar más o menos en firme con una tierra, con un pueblo, acude, se larga hasta allí en cuanto puede aunque caigan chuzos de punta. Sin embargo hay días en que no se gana para sustos y perplejidades.

Resulta que te vas a la Italia sureña, la menos visitada turísticamente, con la sana intención de refrescar ideas y »conversar» un poco con calles, olivos, sassis, trulli o monumentos varios y nada más entrar en Nápoles para dar un paseo por la bahía, atisbar algún crucero «crucerísimo», tal el tan recordado siempre y en especial en las últimas fechas, el lujosísimo Titanic, escuchar la música que exhalan los muros del San Carlo (qué bien suenan el Nabucco, Andrea Bocelli, Pavarotti…), fisgar con la mirada ordenada el Museo Arqueológico, pegar un salto a Pompeya y Paestum y otros lugares como Bari, Matera, Lecce, donde se permite aderezar la sonrisa con un entretenido paseo en un tan indio como lento ricio o troshaw, tan nuevecitos y limpios aquí, en esta ciudad, que no en la India, muy destartalados y sucios casi todos, sin olvidar a Polignano con el exquisito café spezziale de Mario Campanella y el eco duradero de Domenico Modugno y su internacional canción Volare , nada más entrar en Nápoles, insisto, te meten el miedo en el cuerpo con eso de la Camorra y que no vayas por aquí, no entres acá ni acullá, sujétate bien el bolso, dedícale los mil ojos de Santa Lucía, nada de caminar sola, salvo a muy buenas horas, que hasta te amedrantan las gigantescas esquelas que en alarde de poderío familiar del muerto ocupan grandes vallas publicitarias.

En resumen, una miedosa preocupación te salpica desde la cabeza a los pies.

Eso allí, remacho, en la Italia sureña, la tan querida por el renombrado bailarín nacido en un tren, el sin par Rúdolf Nuréyev, quien eligió dos islas de la costa amalfitana para estirarse a gusto en cuerpo y alma, costa elegida asimismo por el magnate y un tanto filántropo Bill Gates, transformador del convento de Santa Rosa en un lujosísimo hotel en el pueblo de Furore.

Pero resulta que al regreso aquí, en el terruño, te colocan en los oídos y en los ojos que la casa real está descalabrada. Ocurre que el pequeño Froilán se halla hospitalizado por un disparo fortuito en un pie, en tanto que su majestad el Rey se ha caído en Botswana, donde se hallaba cazando elefantes, rompiéndose la cadera, accidente que trajo y aún trae y traerá consigo una montonera de comentarios y críticas por tan poco edificante conducta dada la hora dificultosa que vive España. Vamos, que sin duda alguna don Juan Carlos con este traspié ha bajado muchos enteros que tardará en recuperar más que su quebrada cadera. Muchas, muchas veces lamentará tan inoportunísimo tropezón.

Sin embargo, a todo o casi todo se acostumbra una y recibidas tales noticias reales por doquier, poco menos que ni fu ni fa. De ahí que retorno a esa Italia visitada con escasez, en la que felizmente resalta la convivencia entre diversos credos religiosos según descubre en Bari la basílica de San Nicolás de Bari, santo que precisamente no era de Bari, como era esperable, sino turco, patrono de Rusia, Grecia y Turquía, basílica en la que comparten sin prejuicio alguno espacio católicos y ortodoxos, que a mi mente acude el iconostasio y otros iconos por ella repartidos, algo que no ha pasado desapercibido al astuto, ambicioso Vladímir Putin, a quien una parte considerable de la Duma o Hemiciclo acaba a darle de beber el amargo líquido del desplante por «fraude electoral»; el reprobable Putin con su apoyo a las atrocidades del actual régimen sirio de Basard al Asad. Pues sin duda el de San Petersburgo ha querido premiar esa convivencia y por eso en el año 2003 regaló a los bareses la escultura del obispo en cuestión, la cual capitanea la plaza de igual nombre mientras lanza un guiño cariñoso a los jóvenes que hacen pintadas en el muro marítimo y a los pescadores que en la madrugada entran en el mar con sus barquitas de colores.

No obstante, no alcanzo a saber muy bien por qué en este pensamiento ruso-italo se me cruza Roberto Saviano con su libro Gomorra, el nombre de Giuseppe dell’Aquila y un montón de capos napolitanos. Bueno, sí lo sé. Los pelos se me ponen de punta. Es primavera, ha salido el sol. Se han ido las procesiones, aunque no la limonada. Una tarantella baja por el río.

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