Calendarios impacientes

Quien manda, manda, y nuestro mando a distancia, que es la Unión Europea, ha ordenado a su fiel esclavo Rajoy que se ande con prisas. Deberá cumplir los almanaques y ponerle fechas a todas nuestras obligaciones.

Ni un minuto más sin cumplir la reforma laboral, que será terrible para todos, incluso para los que se dediquen a sus labores. Se acabó eso de vender la esperanza a plazos porque Europa no fía y tenemos que hacerlo al contado, aunque nuestras deudas sean incontables. Al presidente, el serenísimo señor Rajoy, le exigen que se apresure y le han mando un calendario: en septiembre, cuando este verano se vaya sin haber venido, ya que los meteorólogos auguran su ausencia, deberá ampliar la reforma laboral, que no aguanta más sin reventar de insatisfacción. Y antes del año que viene tendrá que abordar la reforma de las pensiones que sabemos en qué consiste: en que los viejos que hayan tributado toda la vida cobren menos en la antesala de la muerte.

No está claro que el único método para que España emerja sea hundir a la mayoría de los españoles. De momento, el mejor sistema que se conoce es subir el IVA. Sálvese de él quien pueda, que tampoco va a encontrar la salvación. Los bellacos afirman que lo peor de la crisis ha pasado ya y mienten como lo que son. Se ha instalado tan firmemente que puede resistir todos los embates de la esperanza. No se va a ir con su música siniestra a otra parte y cuando se vaya nos dejará —quiero decir os dejará a vosotros— descuartizados. Los carniceros abundan. El pretor Cayo Lara apoya que Cataluña pueda decidir su unilateral derecho a declararse independiente. En su opinión, los demás españoles no debemos decir ni pío. Allá nosotros. No hemos merecido ser consultados. La descomposición del Estado siempre provoca diarreas, pero no debe ser obligatorio chapotear en ellas, ni hacer submarinismo. Ni siquiera Bruselas lo incluye en su calendario de reformas.