Diario de León

AL TRASLUZ

Fiel espada triunfadora

León

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Ya tiene de nuevo su espada la escultura de don Pelayo. Así no podía seguir, con el puño cerrado, como si estuviese jugando a los chinos con la mosca de Arroyo o, qué diría Chindasvisto, a punto de entonar la Internacional. Ah, la flema británica de las esculturas leonesas, qué imperturbabilidad, qué autocontrol. ¿Ha protestado alguna vez don Pelayo por la tardanza, ha presentado alguna queja por el Registro? No. Lo único que dijo fue, al colocarle la espada el operario municipal: «¡Esta no es, en la mía pone recuerdo de la batalla de Covadonga!». Enseguida se avino a razones, pues, como si se tratase de una metáfora sobre el poder, con la suya propia ya no hubiese podido abrir ni el correo electrónico. Él mismo es una réplica del original del XVIII. Ah, las espadas reales. Y las irreales, pero ciertas (Excalibu r, Anduri l...) Me gusta este don Pelayo, que desde el Arco de la Cárcel no me señala la estación. Fue el iniciador de la Reconquista, que no debe confundirse con las de don Juan, quien cuando se le enfadaba una señora o señorita volvía a conquistarla. En el caso del rey de Asturias, cuesta discernir lo histórico de lo inflado, pero en el Norte, como en el Oeste, cuando la verdad entra en confrontación con la leyenda, nos decantamos por ésta. No aparece representado barbudo, fortachón y tosco, sino —al gusto dieciochesco— como si acabara de darse una ducha. Casó con Gaudiosa, también de armas tomar.

Por cierto, desde el Museo de León se cuestiona que el busto robado en Quintana del Marco, y ya recuperado, represente a Marco Aurelio. Ni quitamos ni ponemos emperador, pero gran pieza. También antes se consideraba El hombre del casco obra de Rembrandt, hasta que se concluyó que no era suya y se la exilió de la historia del arte, como castigada por mentirosa, pero ¿no sigue siendo bello cuadro?

Hay días que quisieras ser escultura urbana, luego piensas en los bombardeos de las palomas, en la fresca, en los grafiteros, en los niños maleducados y se te quitan las ganas. Don Pelayo puede descansar tranquilo, aunque en su caso la cama haya de ser de piedra, de piedra la cabecera. Por fin, puede volver a cantar «fiel espada triunfadora». Aunque sea con una réplica.

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