Diario de León
León

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Por una vez hemos de darle la razón a la aritmética: madre sólo hay una. Fui a ver a la mía, hasta Alicante. Únicamente por quien te trajo al mundo padeces tal odisea de atascos. Terrible. Allí dentro de aquella larga hilera, sin posibilidad de avanzar ni de retroceder, de escapar por la izquierda o por la derecha, si llega a darse un ataque zombi hubiéramos caído todos como menú del día. Asumimos felices el riesgo. Y sí, madre sólo hay una. Aspirantes a Santo Grial, varios. Cronistas oficiales de la ciudad, dos. Leonesismos, ni te cuento. Pero «madre sólo hay una y a ti te encontré en la calle», tal como puntualizó Rafael de León, quien no era de aquí sino sevillano. Cuánta razón. Ya en la casa materna, curioseando entre viejas fotografías familiares encontré una carta que les remití en el año 1983 contando —ay mísero de mí, ay infelice— mis pesares en el campamento militar del Ferral. Mi mamá me mima aún; el sargento primera Pichurri no me mimó nunca. Hasta entonces jamás había estado en León y, ante la experiencia, me juré que jamás volvería. Pero la madre patria también tiene su justicia poética. Ya ven.

¿Y cómo te tratan los leoneses?, me preguntaron quienes no saben que Madrid es ya la prehistoria de mi biografía. El patrimonio humano aún mejor que el artístico, contesto siempre. También tenemos nuestras cosillas. Pero estas mejor no enumerarlas, madre sólo habrá una pero las formas de meterse en camisa de once varas son múltiples. Tampoco son tantas ni muy diferentes a las de un valenciano, pongamos por caso, salvo que se empeñe en que su Santo Grial es el verdadero. En condición humana no hay denominación de origen. Eres de donde te nacieron y de donde escoges ser. Pero sobre todo, eres de quienes te quieren. Todo lo demás, se puede discutir.

Para evitar el atascazo de regreso, viajamos por autopista de pago. No por señorío capitalista, qué más quisiera nuestra cartera, sino por llegar cuanto antes. Gusta viajar, pero aún presta más volver. Por ello, en la carretera, masoquismos los justos. Si hemos de servir de almuerzo a zombis apocalípticos, puestos ante lo inevitable, mejor que sean paisanos. Gracias, mamá, por no haberme estrangulado durante mi larga edad del pavo.

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