Diario de León

FUEGO AMIGO

Verano en Las Médulas

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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Para percatarse de su auténtica magnitud, el paraje de Las Médulas exige una doble visión: primero, la panorámica desde el mirador aéreo de Orellán; luego, la peatonal y sombreada del sendero que se adentra en su laberinto. El resultado, en uno y otro caso, es el mismo: la fascinación, la incredulidad, el asombro. Este paisaje fantástico de cuevas, precipicios y galerías, poblado de picachos rojizos que tienen los lomos verdeados por castaños centenarios, es el resultado de un implacable atentado ecológico y de la lenta labor del viento y de la naturaleza. La mina de Las Médulas, rescatada del olvido por su declaración como Patrimonio de la Humanidad hace diecisiete años, fue uno de los mayores yacimientos de oro del Imperio Romano.

Declarado monumento nacional en 1931, con categoría de zona arqueológica, y hace doce años Monumento Natural, el complejo de las Médulas demanda con urgencia un plan imaginativo que pondere de una vez su inadvertida singularidad. Pero casi como cada año, por mala costumbre, la gestión de Las Médulas muestra su inoperancia cuando llegan los visitantes. Todos estos distintivos, con las consiguientes protecciones legales, han conseguido detener o en el peor de los casos paliar los atropellos a la integridad del conjunto paisajístico y arqueológico. Recuérdese, para no afiliarnos todos a la desmemoria, que todavía a finales de los años setenta la Diputación leonesa tuvo la osadía de trazar y asfaltar una carretera por el interior del monumento. La pretensión propagada era instalar en la oquedad de la cuevona un complejo turístico al estilo del gilismo más hortera. Menos mal que la galbana administrativa acabó aparcando el dislate. Pero diecisiete años después de su declaración como Patrimonio de la Humanidad asistimos a una cierta postración periférica de Las Médulas, frente a otros reclamos de similar voltaje aunque de proyección infinitamente superior.

¿Por qué ocurre esto? Ciertamente, resulta sugestiva la cartografía de castros, poblados y canales, la explicación de los procedimientos de explotación, el cálculo de las toneladas de oro extraído y del número de esclavos empleados, las citas de Plinio y la panoplia de referencias clásicas. Sin embargo, todo ello debe de ser suministrado en sus justos términos, porque ya se sabe que los especialistas son muy suyos y acaban llamando barrancas o palabras aún más vulgares a los quiebros de un paisaje cargado de fascinación, capaz de provocar el asombro de quien lo recorre dispuesto a disfrutar de sus vericuetos. Falta un esfuerzo de pedagogía con el entorno vecinal y un diseño menos acartonado del producto cultural, integrando el paisaje de los lagos, la trama silvestre de los canales y la faena residual pero espectacular de los aureanos.

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