Diario de León

HOJAS DE CHOPO

Cisneros, la corrupción y las truchas

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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Uno supone, con no pocas garantías, que la corrupción es vieja práctica y, aunque no lo sabe, también supone que haya algún que otro libro y muchos documentos que testifiquen la realidad. La desmesurada pasión por el poder y el dinero que muestra, en general, la condición humana está en la raíz del asunto. Solo que a la hora de las decisiones, unos pueden practicarla; otros, no. Entre los primeros, hay quienes deciden embarcarse por ese tortuoso camino. Los más, sin embargo, no desean transitarlo.

Acabo de leer el libro Cisneros, el cardenal de España, escrito por el historiador francés Joseph Pérez en la colección «Españoles eminentes». Muy interesante. Decía Cisneros, entre otras muchas cosas, que, «aunque los Reyes Católicos habían sido tan excelentes y tan grandes príncipes, habían tenido descuido y que estos reinos no habían tenido dueño que mirase por ellos, porque él sabía que muchos habían venido a la Casa real con muy poca hacienda y que, puestos en oficios, desde a cuatro o cinco años, labraban grandes casas, compraban haciendas, hacían mayorazgos, y, demás de esto, el gasto ordinario que traían era tanto que, hecha cuenta de los acontecimientos que tenían en los libros reales y de las mercedes que les habían hecho, era más su gasto ordinario, según era excesivo, que montaba el acostacimiento y mercedes, de manera que lo que compraban y los mayorazgos que hacían y lo que daban en casamientos o lo robaban al rey o al reino, y que era gran cargo de conciencia del príncipe consentirlo, de más del daño que venía a su hacienda».

Se puede hablar más alto, pero no más claro. Póngase en romance actualizado y el retrato queda perfecto.

Ocurre, sin embargo, que liquidar al mensajero también ha sido práctica habitual. Parece que el episodio de las truchas tiene que ver con la irresistible voz de denuncia del cardenal y por la influencia que pudiera tener en el joven rey. De viaje el 12 de agosto de 1517, se detuvo a comer. Un misterioso jinete enmascarado había avisado aquel mismo día a unos monjes que el cardenal no comiese la trucha que le estaban guisando porque le habían puesto un veneno muy potente -»venenum praesentaneum»-. Probó la comida un criado, que enfermó gravemente casi de forma inmediata. Cisneros se empeñó en comer la trucha. Pronto se sintió mal, con graves consecuencias que le produjeron la muerte apenas tres meses después. ¿Se imaginan ustedes cuántas truchas harían falta para tantos pescadores como lanzan el sedal por estos ríos revueltos y oscuros? Nadie quiere, por supuesto, estos desenlaces, que afectan, además, a quienes ponen el dedo en la llaga. Pero sí tomar medidas muy urgentes, muy severas y muy firmes contra quienes producen una llaga detrás de otra. Ya va siendo hora. Que el tiempo pasa y las arcas están más vacías para los asuntos importantes.

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