Diario de León
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CABALLERO
León

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El paseíllo de Santos Llamas esta semana a las puertas de la Audiencia Nacional marca un punto y aparte, aunque ni mucho menos final, en la forma de hacer política en León. Paso a paso, con la chaquetona del traje desparramada a los lados, los hombros caídos hasta esas manos inabarcables y el mentón aupado a la altura de los pómulos enrojecidos, su entrada en la sede judicial escenifica el crepúsculo del hombre que representó la prevalencia de ese modelo de reparto de la época de bonanza que los más irónicos resumieron bajo las siglas del PPOE: la existencia de un poder sin prejuicios de siglas en el que había pesebre para todos, negocios en los que medrar, amigos con amigos en los sitios que son necesarias las amistades, créditos blandos que conceder, teléfonos que no comunicaban nunca, lealtades que atender y un horizonte de luces de Las Vegas con el desierto a la vista desde la cumbre del Alto del Portillo. Nunca era demasiado de noche, ni demasiado de día, hasta que se cebó la crisis, escaseó para contentar a todos y los que se habían quedado fuera empezaron a dar la luz.

El foco alumbra ahora a Llamas en la investigación cursada por el alto tribunal por la emisión de preferentes y subordinadas entre 2003 y 2009 en la Caja. Nada que no hicieran entonces otros, como restó importancia ante el juez, con el argumento de que quedarse atrás hubiera sido «una pérdida de negocio» y la excusa de que «los clientes las solicitaban»; ideal para jubilados que querían enterrar una vida de ahorros y ancianos a los que se convencía de que era lo mismo que un plazo fijo, que para qué se lo iban a legar a los hijos, se le olvidó decir, antes de pasearse delante de los carteles de los estafados que esperaban a la puerta de la Audiencia Nacional para aguantar la burla. Una laguna en el discurso como la que tuvo también esta semana el consejero de Educación de la Junta, Juan José Mateos, cuando espantó la crisis de los gusanos en la comida de cinco colegios leoneses y sostuvo a la empresa Serunión en el contrato con la disculpa de que «la sopa no fue ingerida por los escolares»; vale, vale, pero comer, vaya si la comieron.

No va a pasar nada tampoco esta vez. No hay miedo, ni siquiera aunque se pongan sobre blanco las tarjetas que algún ‘bonito’ sindicalista se ha aprestado a decir que tuvo pero no utilizó. Van a librar, salvo que les pillen por evasión de impuestos.

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