Diario de León

TRIBUNA

Educación versus corrupción

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La sociedad española está viviendo, desde hace unos años, el mayor desencanto y la mayor decepción de su reciente historia. La corrupción ha aterrizado en casi todos los estamentos sociales, partiendo principalmente desde la política, debido a la cantidad de políticos incompetentes e irresponsables que ocupan puestos de poder y que han degradado la Política (con mayúsculas), hasta el punto de hacer de ella el lugar idóneo de desembarco de personajes sin oficio y sin escrúpulos, dispuestos a decir amén siempre que se les mantenga en el puesto y en los privilegios correspondientes. De esta forma, a un escándalo le sigue otro y otro, y cuando aún no nos hemos repuesto del presente, viene el siguiente con más carga corruptiva si cabe, y casi siempre relacionado con el poder político o económico.

Al patriótico y fanfarrón «como en España ni hablar», habría que añadir «dime de qué presumes y…». ¿Asumiremos alguna vez nuestra propia identidad social y cultural? Comencemos, pues, por la necesaria humildad o el simple reconocimiento de lo que somos: un pueblo atrasado de Europa, que está avanzando, sí, pero que le queda mucho por aprender, y de momento, no hemos ido por el camino correcto, aunque es probable que, con esta experiencia, se produzca un gran aprendizaje, desde el punto de vista social y político, abandonando los miedos, los prejuicios y, sobre todo, dejando de lado a esos personajes cínicos que, aún en medio de su corrupción, nos quieren hacer ver que «viene el coco», que sólo ellos pueden salvarnos. ¿Salvarnos de qué si son ellos los que nos han llevado a esta caótica situación?

Pero no olvidemos que, de todo esto, tiene una buena parte de culpa el pueblo español que ha elegido, directa o indirectamente, a esos corruptos; de ello ha de aprender para la próxima y no lejana oportunidad. Cada vez más ciudadanos así lo manifiestan, de ahí ese desencanto, esa frustración y ese malestar de una gran parte de la sociedad española, harta ya de tanta promesa incumplida y de tanto escándalo. A ver si, de una vez por todas, este pueblo aprende a desenmascarar a tanto impostor e hipócrita que —bajo el aspecto de mansos corderos y salvadores sociales— se cuela hacia los puestos de poder para hacer de las suyas.

En cuanto a la mayoría de los políticos que han ocupado, en las últimas legislaturas, el poder del Estado y de las Autonomías, su culpabilidad es incontestable e histórica (y en ello, el partido del PP va, destacado, a la cabeza), por lo que el pueblo español ha de sacar sus conclusiones y, si sabe comportarse como un pueblo adulto, borraría del mapa político a todos esos corruptos e incompetentes, culpables de esta situación deplorable, y perdería el miedo al cambio, pues es difícil gobernar peor (para los ciudadanos). Este país necesita un cambio profundo, una nueva orientación política y social, y sería ingenuo y suicida pensar que puede venir ese cambio de los partidos corruptos.

Dicho lo cual, es preciso pensar que a todo mal hay que buscarle su solución, lo pide la lógica y el sentido común. Y esos múltiples casos de corrupción (cuyo recuerdo da estupor) ¿tienen realmente solución? Desde el poder político, hoy, es casi imposible, pues los que ocupan este poder están directa o indirectamente implicados en ello y, desde hace tiempo, ponen trabas a la justicia, limitan su actuación y demoran las posibles soluciones; de ahí la vergonzante impunidad en la que viven los corruptos. Ante esta perspectiva, la solución, a corto plazo, sólo puede venir de los ciudadanos, mediante una revolución social, y a medio y largo plazo, la solución está en la educación.

¿Hay motivos, hoy, para una revolución social en nuestro país? Es más que evidente, pero no se alarme, lector, se trata de una revolución sensata y pacífica, como la de las urnas, las plataformas sociales, las manifestaciones democráticas; en suma, la participación ciudadana, firme y responsable, ¿no es la mejor revolución social? La historia ha dejado claro que las revoluciones cruentas dejan huellas desastrosas, por lo que están desprestigiadas, aunque no olvidemos que este tipo de revolución suele venir precedido casi siempre de gobiernos absolutistas, autoritarios, incompetentes y corruptos.

En cuanto a la educación, pensamos en una verdadera educación integral, referida a todas las dimensiones y capacidades del ser humano: motrices, emocionales, intelectuales, creativas, etc., que ayuden a desarrollar todas las potencialidades de la persona, no a la actual educación convencional, limitada al desarrollo de la inteligencia racional y a una pura y simple instrucción o información —que no educación—, con el único fin de adaptar los ciudadanos al sistema que nos controla.

El psicólogo Howard Gardner habla de las inteligencias múltiples que es preciso desarrollar, y un gran elenco de grandes educadores actuales —también españoles, como José Antonio Marina— abogan por una Nueva Educación, que sólo se podrá llevar a cabo en un contexto verdaderamente democrático, social y participativo, no en el contexto actual de un bipartidismo demoledor, defensor de las estructuras de poder e insensible al clamor social y a las necesidades de los ciudadanos.

Es evidente que, en nuestro país, ha fallado la educación. Y sólo ella puede dar solución a los graves problemas que padecemos.

«A las plantas las endereza el cultivo, a los hombres, la educación», escribió Rousseau hace casi tres siglos, y el gran Nelson Mandela —recientemente desaparecido— nos recuerda que la educación es el arma más potente para cambiar el mundo. ¿Seremos capaces de escuchar a esos grandes benefactores de la humanidad, en vez de a los políticos irresponsables, sin oficio y sin escrúpulo?

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