Diario de León
Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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T urulata quedó doña Presen al oír el otro día al papa Franscisco pedir perdón a los protestantes en nombre de la iglesia católica... ¡a protestatarios y corrupios luteranos, válgame Dios!... lo pidió en una iglesia evangélica de Milán.

No es sólo un gesto.

Parece el estribo de un puente.

Este papa, que asumió su pontificado con caducidad (cinco o seis años y cedo el solio , dice), parece meter una guindilla en el culo de doña Cautela Vaticana que cuenta por siglos cada paso que da; lleva la tira gastando tiempo y papel con lo ecuménico y el único ecumenismo cierto es el que empieza pidiendo perdón al hermano antes de subir al altar juntos a solemnizar el sacrificio de la borrega (viene en el guión evangélico que dicen compartir las tres iglesias cristianas, doña Presen).

Hermanos en el jefe , quizá, pero primos muy lejanos en sus códigos y trapos.

Desde hace muchos siglos, católicos, ortodoxos y protestantes vienen tirándose tomos, dogmas y anatemas a la crisma... estas cosas se hacen vicio y han sido el deporte más entretenido de sus facultades de teología, así que lejos de haberse alentado el reencuentro, las distancias han ido creciendo más y más gracias, precisamente, a sus teólogos, tipos empeñados más en subrayar las diferencias que las concordancias porque así defienden la continuidad de su plaza, su rollo y su vanidad.

También ha propuesto Francisco establecer una fecha fija y no móvil para que puedan celebrar la Pascua el mismo día católicos y ortodoxos.

Es otro paso. Mínimo, pero en la buena dirección. Persistir en la controversia sólo alimenta teologías vanas.

Pero el tamaño de su sinceridad está en el perdón que ha rogado a los protestantes. No parece de boquilla.

Y allá tiene que ir el mío, aunque tarde e inútil como cebada al rabo, pues de críos teníamos por proeza gallarda, apostólica y romana el ir romper a pedradas los cristales del discreto salón que tenían los protestantes en la calle Ramón y Cajal, al pie de la escalerilla de los maristas... y con tiza rotulábamos en su puerta un «viva la Virgen María», suponiendo que esto les jodía mucho, según el maestro.

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