Diario de León
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juan carlos viloria
León

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E l notable eco alcanzado por el movimiento animalista en sus intentos de boicotear la celebración anual de la cruel cacería del Toro de la Vega es un síntoma más del arraigo y creciente interés que han alcanzado en España las organizaciones afines a ese credo. Desde la inofensiva y naif Sociedad Protectora de Animales nacida a mediados del siglo pasado al actual partido Animalista y similares se ha producido una profunda transformación en España de esa corriente procedente de Estados Unidos y Gran Bretaña. Después de años de una existencia testimonial y lánguida aquí han eclosionado con fuerza al calor de la crisis política, de los movimientos de indignados y, sobre todo, del auge del antiespañolismo de los nacionalismos secesionistas.

Desheredados de algunas utopías fracasadas en busca de nuevas banderas también se han apuntado con entusiasmo a la defensa de los animales. Pero más allá de la cuota de oportunismo de los que se suben al carro o los frustrados de sus sueños igualitaristas es cierto que en la sociedad española está emergiendo una nueva sensibilidad con los animales. Hay que distinguir entre la corriente antitaurina jaleada por los que aprovechan el viaje para zarandear todos los elementos culturales enraizados en España y una corriente ético-moral muy sensibilizada con los derechos de los animales. Años atrás te encontrabas en el centro de Londres a un par de abuelitas en una acera con un cartel protestando contra de la vivisección de los cobayas y era algo exótico merecedor de una instantánea ‘british’ total. A día de hoy te puedes alistar en los partidarios de la abolición total del sacrificio de animales incluso para la nutrición humana o al proyecto Gran Simio para extender los derechos humanos al chimpancé. Están los del Frente de Liberación Animal que esporádicamente rescatan de su cautiverio a visones u otros animales de granja o el famoso Peta (Personas por el Tratamiento Ético Animal) nacido en Estados Unidos. Todo muy respetable. El problema aquí en casa es que hay una mezcla de políticos antisistema, de odios sectarios, con vegetarianos bienintencionados y animalistas convencidos y antitaurinos fanatizados que se han convertido en una ensalada de confusión y oportunismos varios. Eso y la infiltración de violentos en sus filas hace perder seriedad y fuerza a una corriente de sensibilidad animal muy necesaria para pulir determinadas tradiciones bárbaras que deben pasar a la historia o reconvertirse en espectáculos inofensivos donde el animal sea sustituido por un ingenio inanimado como los gansos en Lekeitio. No hay que olvidar que en la democrática y moderna California está prohibida la importación de foie en protesta por la alimentación forzosa de las ocas o que en Francia se prohibió hace años el consumo de unos pequeños pájaros (l’ortolan ) porque les extirpaban los ojos para cebarlos sumidos en la oscuridad total.

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