Diario de León

EDITORIAL: Novatadas: un juego perverso y muy peligroso que debe ser erradicado ya

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Doblegar la voluntad del novato mediante coacciones para que acepte, quiera o no, una situación humillante y vejatoria cuyo único objetivo es la diversión del veterano y la voluntad de imposición por parte de éste de una jerarquía de dominación. Esa perversión es una novatada.

Al menos siete jóvenes fueron ingresados durante la madrugada del viernes en el Hospital de León afectados por una fuerte intoxicación etílica a la que, al parecer maniatados con cinta americana, fueron obligados en el campus universitario. Uno de ellos, de 18 años, fue abandonado en plena calle y hallado inconsciente con taquicardia e hipotermia. La gravedad de los hechos, cuyo relato es sencillamente escalofriante, fue doblemente denunciada, porque el desenlace pudo ser realmente trágico.

Todavía esta misma semana asistíamos a una triste defensa pública de estas actividades que deben mantenerse, argumentaba su autor, dentro de unos límites para conservar la tradición. Pero no hay nada que justifique un comportamiento cuyo principal objetivo es el doblegamiento psicológico que, como en el caso que nos ocupa, puede llegar a causar graves daños físicos y en ocasiones trágicas consecuencias. Ya no se trata de bromas inocentes de iniciación, sino de consumo forzado de alcohol posiblemente mezclado y a través de un embudo, y de todo un catálogo de vejaciones que suelen terminar en una tremenda borrachera.

En la ULE y en las residencias de estudiantes preocupan la popularidad y el alcance de las novatadas, cada curso más frecuentes, más ingeniosas y perversas, organizadas al detalle y convocadas y luego difundidas a través de las redes sociales. La práctica está prohibida por la propia universidad, donde hay cierta preocupación por el auge que toman las novatadas en los últimos cursos, e incluso por iniciativas legales.

Y es que las novatadas, lejos de fomentar un ambiente de integración entre iguales —argumento de quienes todavía las defienden—, acaban creando cierto resentimiento y una sensación de desamparo por las leyes del silencio que imponen quienes las padecen en este curso y serán verdugos el próximo. Es hora de poner los medios necesarios para erradicar una práctica que no por ser una tradición arraigada resulta aceptable. Y es hora, en fin, de aplicar una política de tolerancia cero. El camino es no tratarlas como simples bromas, porque la frontera de lo tolerable no depende del criterio del agresor, sino de la vulnerabilidad de la víctima. Y con eso no se puede jugar.

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