Diario de León
León

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Poco antes de las siete de la mañana me tocaron a la puerta de la habitación, me llamaron novato como si tuviera una tara y me exigieron que subiera al último piso. Me excusé en que tenía que salir de viaje en media hora para jugar al fútbol, pero mientras bajaba las escaleras de puntillas todavía pude oír los ruidos que venían de la planta de arriba. Se escuchaba el sonido como de un cuco, afónico y borracho: un compañero al que los veteranos habían tenido durante toda la noche metido en un armario con la orden de abrir tan sólo para cantar las horas en punto. Al llegar al séptimo cucú, perdida la cuenta por el agotamiento, se embaló sin freno. Cuando cerré la puerta debía de andar por las cinco de la tarde.

Yo tuve más suerte. Me apadrinó el veterano Campos, que estaba en quinto de carrera, y después de la primera noche, en la que me pagaron el botellón y la fiesta, entendieron que si iba a salirles tan caro, mejor que me limitara a hacerle la cama al Belloto: un extremeño genial, engominado y fino como un serrote que dormía todos los días la siesta con la persiana bajada, el pijama puesto y el padrenuestro rezado. Nada que ver con las salvajadas de novatos del borde del infarto tras subirles a una azotea, taparles los ojos y gritarles para que saltaran al vacío cuando en verdad sólo estaban sobre una silla. Ni parecido a las recuas de idiotas que, un año después de pasar acobardados su estreno, se destapaban como los veteranos más crueles. Sin comparación con los pobres guajes a los que el otro día en León ataron las manos y les hicieron beber por un embudo hasta el coma etílico, aunque la junta de estudiantes defendiera después que no se obligó a ingerir alcohol a nadie. Claro, tragaron con todo.

Las novatadas no son de ahora. Son ritos iniciáticos tan heredados como absurdos, tan dispuestos para que los ruines machaquen al débil, tan degenerados que no sirven para la integración de los nuevos en buena parte de los casos, sino para su marginación. Unos abusos ante los cuales los responsables rectorales se limitaron a pedir que no se les molestara, que era puente, y a salvar el expediente con un aviso para que los estudiantes sean buenos. Andan ocupados con su política de sacar plazas de profesor asociado 24 horas antes para que no haya muchos aspirantes y se asienten los que tienen que entrar; cosas de la universidad española: una de las instituciones más endogámicas, enchufistas y trapicheras del país. Pero venga, que pase la tuna, que esos sí que son novatos.

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