Diario de León

CUARTO CRECIENTE

La guerra de Baroja

Ponferrada

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Eel autor de Zalacaín el aventurero y de El árbol de la ciencia dejó dos novelas inéditas en su casa de Itzea. Dos novelas ocultas de Pío Baroja, guardadas en un caserón tapizado de libros y a la orilla de un arroyo de resonancias épicas, Xantelerreka. La primera, Miserias de la guerra, se publicó en 2006. Y la segunda, Los caprichos de la suerte, llega hoy a las librerías.

Las dos novelas forman parte de la serie Las saturnales, dedicada a la barbarie de la Guerra Civil. Y las dos hablan de un conflicto que a punto estuvo de costarle la vida al escritor, antimonárquico y de ideas anticlericales.

Los caprichos de la suerte cuenta además la historia de un periodista, alter ego del autor, que huye a Francia para esquivar la represión. Baroja ni siquiera hizo un intento de publicarla después de que Miserias de la guerra sufriera la censura franquista. Tuvimos que esperar al sexagésimo aniversario de la muerte del autor en Madrid para que supiéramos de su existencia. Porque Baroja, que como el personaje de su última historia de ficción —no hay más novelas escondidas en Itzea— también se exilió a París para no morir fusilado en la zona sublevada, volvió a España acabada la guerra y pasó sus últimos años un piso de la calle Ruiz de Alarcón.

A Baroja lo leíamos en el instituto. El árbol de la ciencia es un clásico. Un libro que ayuda a descubrir el mundo y forja el carácter. Y me pregunto por qué razón han tenido que pasar tantos años desde la muerte de Franco, con todo lo que se ha publicado de la Guerra Civil desde entonces, para que se editen las dos novelas donde el escritor ofreció su visión del conflicto. ¿Estrategia editorial, desinterés de sus herederos, o caprichos de la Transición, que dejó tantos cabos sueltos y cien mil muertos de la represión enterrados en fosas anónimas? Cien mil muertos que, como la literatura de Baroja a los censores de los años cincuenta, todavía incomodan a senadores del talante de José Joaquín Peñarrubia, que hace unos días tenía la desvergüenza de llamar «cansinos» a los que se quejan porque el Gobierno del PP no ha hecho nada —nada— por sacarlos de las cunetas.

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