Diario de León

FLORES DEL MAL

Guiomar, que salva perros

Publicado por
GONZALO UGIDOS
León

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H ay energúmenos que se descostillan de risa tirando cabras desde un campanario o alanceando toros en la ribera. Otros les hacen la ola, dicen que ni las cabras ni los toros sienten dolor. Cómo se ve que no tienen perro. Mejor que no lo tengan, dice Guiomar. Está en el umbral de la emancipación y le han tocado estos malos tiempos en que los hijos tienen que trabajar más que sus padres para vivir a ramal y media manta. Todo el tiempo que le queda libre, Guiomar rescata perros y gatos abandonados, los cuida y les busca socorro en las redes sociales. Se gasta un dinero que no tiene en veterinarios, pienso y gasolina para ir de la ceca a la meca en un sinvivir. Le mueve la compasión. En uno de sus poemas, Borges relaciona a ciertas personas que se ignoran y están salvando el mundo: «El que agradece que en la tierra haya música, el que prefiere que los otros tengan razón, el que acaricia a un animal dormido». Bienaventurados los que acarician a los animales, dormidos o despiertos, y los rescatan de la brutalidad, porque mejoran el mundo como los justos borgianos.

Compadecerse es sufrir cuando sufre otro: una emoción de las más nobles que, cuando abarca a todas las criaturas sensibles, es el principio de cualquier ética que merezca ese nombre. Lo contrario es la indolencia, esa patología. En Vivan los animales, un libro imprescindible en tiempos de mamotretos eludibles, cuenta Jesús Mosterín que Darwin, despavorido por la crueldad de los fueguinos de la Patagonia con los extraños, concibió la idea de un círculo piadoso en expansión para explicar el progreso moral. Los primitivos sólo se compadecían de sus amigos y parientes; luego ese sentimiento se iría extendiendo a otros grupos, razas y especies hasta incluir a todas las criaturas capaces de sufrir. El hecho, nada cierto, de que los animales no sean lo mismo que las personas, no sería un argumento en favor de la crueldad. Que el mundo esté lleno de salvajadas contra los animales humanos, no es una excusa para maltratar a los otros animales.

 Hace unos días, dos degenerados mataron  72 lechones lanzándose en plancha sobre ellos para aplastarlos, a Guiomar le habría gustado darles a esos mierdas una buena ración de ya me entiendes. Mi simpatía por los animales, como lo mejor de mí mismo, es asunto hereditario, lo he heredado de mi hija Guiomar, que vota al Pacma para no llamarse a engaño y evitar el desengaño: los candidatos animalistas son los únicos que no prometen puentes donde no hay ríos, ni apoteosis en grandes dosis. «¡Sed sencillos y buenos! ¡Amad a la gente, amad a los animales y a las plantas. Amad la naturaleza, no la violentéis!», escribió un hombre bueno llamado Kazantzakis. Ya nadie lo lee.

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