Diario de León
Publicado por
francamente Juan Carlos Franco
León

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S e acabó el bullicio del verano. Los niños ya no corren por las calles y el silencio, y, junto a él, ese perro que nunca falta en la estampa típica de nuestros pueblos, ha vuelto a recuperar un territorio del que fue desalojado por el vocerío de los retornados de las grandes urbes. El bar ha echado el cierre por la falta de clientes. Los de temporada ya están pisando la Gran Vía o las Ramblas, y entre tapa y tapa recuerdan lo bien que se come en el pueblo o lo bueno del descanso reparador lejos de los calores capitalinos.

Los habituales, los que no son de quita y pon, hace ya días que prendieron la cocina francesa y desmontaron el tenderete del fresco hasta la próxima campaña. Ellos no fardan de lo bien que está el pueblo, pues se enfrentan a su cruda realidad día a día. Se preparan para un nuevo combate contra el «general invierno» y el «abandono por la administración». Apilan leña en la carbonera para combatir al primero y hacen acopio de paciencia para resistir al segundo.

La primera batalla de este regreso a la realidad la marca la vuelta al cole. Un regreso a las aulas que dista mucho de deparar a los habitantes de nuestro medio rural las mismas preocupaciones que a los urbanitas. Mientras nuestra realidad sonrojante está marcada por uniformes, libros, actividades extraescolares y ese invento absurdo que parece que nos va a volver más cosmopolitas —Kiss & Go , le llaman—, su preocupación es la supervivencia misma: un Go & no Return que podrían decir para hacer más ‘chic’ su triste realidad. Un camino sin retorno que dibuja una escena de un colegio cerrado por esos juegos de tahúr que les han hurtado a dos de los escolares para matricularlos en la cabecera del municipio. Una realidad de niños que se embarcan en la aventura del saber nada más despuntar el alba y que no regresan al calor del hogar hasta bien entrada la tarde —muchos días con la noche ya caída—. Que coloquen aquí también señales del Kiss & Go . Estarían más que justificadas por el mucho tiempo que estos pequeños pasan sin kisses de su familia y más todavía de go lejos del hogar.

El pueblo de Silván, al menos por el momento, resiste. Ha ganado una batalla y, sobre todo, tiempo. Pero saben que la guerra, como la de todo nuestro medio rural, la tienen perdida.

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