Diario de León

TRIBUNA

Los límites del alcohol

Publicado por
Juan Llor Adjunto Medicina Interna del Hospital de León
León

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E l alcohol como bebida, en sí misma, debe ser aceptada, y podemos decir con certeza que es incluso recomendable. Pero tiene, como todo, sus límites. El peligro serio empieza cuando se rebasan esos límites aceptables y la razón comienza a ser suplantada por una conducta descontrolada.

Esa conducta descontrolada coge fuerza cuando, sirviéndose del alcohol, va ganando protagonismo conducirse por meras sensaciones y estados de ánimo. El alcohol, que en un principio es utilizado como instrumento para facilitar el divertimiento a toda costa, o bien para procurarse una compensación, o para favorecer la apariencia de un rol social, etc., puede traicionar a la persona, y pasar de instrumento usado para esos fines, a hacer sucumbir a la persona bajo la dependencia alcohólica, al principio de forma silente y casi imperceptible hasta provocar un estado de severa enfermedad.

Sobrepasar los límites aceptables en la ingesta del alcohol puede subvertir a la persona. El individuo pasa del autodominio natural a un estado de progresiva enfermedad por los efectos del alcohol en su organismo, con el agravante de iniciar un estado que, como no se ponga solución, le irá condicionando de forma cada vez más habitual su conducta bajo un rigor de dependencia física y psíquica.

Si se llega a un estado de falta de autodominio por la dependencia al alcohol, ¿qué hacer? A nivel personal hay dos claros caminos: uno, permanecer en esa situación dejándose llevar por el grave progreso deletéreo de esa enfermedad de dependencia, con resultados devastadores para el individuo; o bien, intentar buscar la solución médica para encauzar correctamente esa grave alteración psico-orgánica.

La solución médica parte de unas premisas que debe conocer el paciente: 1) asumir que se ha caído en la enfermedad, y que sin ayuda médica el progresivo deterioro se da prácticamente por descontado, 2) que esa conciencia de enfermedad debe ser asumida también, por la familia o allegados del paciente, y que deben colaborar de forma activa con el servicio médico, 3) que ordinariamente el periodo de tratamiento es progresivo y firme, pero largo, aunque haya que contar con retrocesos, 4) que las metas alcanzadas en la mejoría, aun siendo aparentemente mínimas, constituyen grandes éxitos, y 5) que la abstemia no es imposible ganarla.

Las políticas de prohibición, en este problema del alcoholismo, tanto a nivel individual y como social, consiguen algunos resultados positivos, y pueden tener su papel importante. Pero no es, en mi opinión, ni con mucho, el camino más eficaz. Considero que es más realista a la hora de ganar terreno en esta batalla el mantener un estado de constante y actualizada formación, e información, en diferentes los niveles, sobre todo a nivel educacional, social, y, por supuesto, sanitario. En ese sentido, a mi juicio, tampoco la medicina cuando trate al enfermo alcohólico tiene que actuar desde la reprensión y el miedo, sino esencialmente a través de la constatación de un diagnóstico lo más ajustado posible para dar cauce a un tratamiento acorde e individualizado.

En mi experiencia, me parece importante subrayar, en esta patología, un elemento que cobra clara notoriedad para una adecuada evolución en el tratamiento de la enfermedad alcohólica. Se trata de la estrecha colaboración que debe haber entre el médico y la familia, o allegados próximos, del paciente. Me parece que es un requisito básico que la familia tenga conciencia de que el alcohólico es radicalmente un enfermo en el sentido más explícito y real del término. No es un individuo con un hábito vicioso arraigado, aunque lo haya sido en su pasado más o menos lejano. El entorno familiar debe comprender que estamos frente a una auténtica enfermedad de gran calado a nivel orgánico y psíquico.

Lo importante en esta área de la medicina, como en muchas otras, no es intentar solucionar las consecuencias del descontrol, sino preverlo y actuar en las causas. Así, podemos atisbar que se estará propiciando las causas del descontrol alcohólico, tanto a nivel individual o social. Si se busca el alcohol como aliado para el divertimento, lo más probable es que los síntomas de su abuso no tarden en hacerse presente en forma de confusión, y descontrol de funciones orgánicas y psíquicas que generarán, paradójicamente a lo que se buscaba, un estado progresivo de tedio y depresión. Si se busca como aliado de refugio, para olvidar o desinhibirse de problemas, ese refugio se desplomará, más temprano que tarde, ante la falta de consistencia. Si se busca como aliado para mantener un status social, por una personalidad acomodaticia y notablemente inmadura, se agravará todavía más el estado de indefensión y de soledad.

La enfermedad alcohólica es un auténtico reto de grandes proporciones a nivel individual y social. Baste saber que el 5% de la población en España está con unos límites de bebida por encima de lo recomendado (en León unas 25.000 personas), la patología alcohólica arrastra decenas de enfermedades secundarias que hace que alrededor del 10% de los ingresados en un Centro Hospitalario tenga una causa directa o indirecta relacionada con el alcohol, sobre un 50% de los accidentes están causados por el alcohol, el descontrol de las bebidas alcohólicas en los jóvenes («botellones», etc.) está incidiendo de forma incuestionablemente y grave en su salud y en su pronóstico, etc.

Estos datos deben servir de potentes resortes para habilitar y mejorar de una forma práctica servicios útiles y específicos a nivel de educación, sanitario y social.

Si cabe, cobra tintes de especial y urgente importancia concienciarnos a todos los niveles, por su especial vulnerabilidad, del alcoholismo en la juventud. Está comprobado que la ingesta abusiva de alcohol, aunque sea de forma esporádica, tipo botellón, etc., en edades tempranas, cuando el sistema nervioso central todavía se está conformando, puede producir efectos deletéreos en la maduración neuronal que dejarán seriamente comprometido el nivel intelectual de los que la sufren, además de suponer un peligro próximo de un estado precoz de dependencia alcohólica, del que es especialmente complicado desembarazarse en las primeras etapas de la vida.

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