Diario de León
Publicado por
LA GAVETA CÉSAR GAVELA
León

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L eo, horrorizado, las noticias que revelan que en el seminario de La Bañeza, a fines de los años 80 y primeros 90, un sacerdote delincuente (o tal vez más) perpetró infamias brutales, de las que destruyen inocencias de niños y de adolescentes. De las que pueden arruinar sus vidas, y que, cuando menos, dejan un poso amargo y muy doloroso en sus víctimas. Estamos hablando de abusos sexuales, esa brutalidad que no cesa, que protagoniza tantísimas noticias actuales, y que tenía en los internados religiosos algunos de sus más horrendos caladeros. Allí clérigos hampones y lascivos abusaban de su superioridad física, y quien sabe si, además, parapetándose en groseros sofismas exculpatorios, o echando mano de míseras falacias seudorreligiosas, perpetraban el crimen. Impunemente.

La noticia es muy triste para quienes estuvimos en aquel centro que da a los hermosos encinares de La Bañeza. En mi caso fue unos veinte años antes de que se produjeran los maléficos episodios que acabamos de conocer. La memoria me lleva a aquellos finales años sesenta. A recordar a tantos curas de los que solo recibí entrega, talento y bondad. A recordar a tantos compañeros brillantes en sus estudios, muy trabajadores, que venían desde las aldeas y los campos, y que descubrían en las aulas de aquel centro la revelación de la literatura, de la política, de los medios de comunicación o de la música. Porque en el seminario el nivel formativo era muy alto. Nos leían el periódico cada tarde, escuchábamos música clásica los fines de semana, nos ofrecían una excelente biblioteca de autores españoles. Aunque también en aquellas aulas yo supe quien era Bertolt Brecht, Albert Camus o Samuel Beckett. Eso sucedía porque había allí sacerdotes que estaban literalmente enamorados de la literatura y que prendían casi sin querer esa pasión por la palabra en sus alumnos. Esa pasión que ya no palidece nunca.

Yo no sé si, además, pasaban cosas espeluznantes por allí en aquel tiempo, pero yo solo supe del rigor y vocación de servicio de aquellos clérigos, casi todos de origen rural. En todo caso, parece claro que el concepto de internado está más que fenecido. Salvo para casos muy concretos. Porque esa convivencia de cientos y cientos de muchachos en el arranque de la siempre complicada adolescencia es algo antinatural. Y no digamos el celibato, resistente norma eclesiástica que solo en el ámbito católico pervive, y que es fuente de tantos desajustes anímicos, de tantas carencias lamentables. Y de delitos de infinita bajeza.

En fin, allá la Iglesia y sus doctores, pero es muy triste que varias decenas de chicos leoneses, zamoranos y orensanos (la geografía de la diócesis de Astorga) hayan visto tan bárbaramente herida su alma. Su confianza en el mundo. Es obvio que esa barbarie ha de tener una reparación. Para eso está la Justicia.

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