Diario de León
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ernesto escapa
León

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A los vecinos de Villamañán les llaman sardineros porque en su escudo, tan antiguo como el nombre, flotan tres pececillos escamados de plata. También ruge un león y recorta almenas un castillo, pero a nadie se le ocurrió motejarlos por ahí. El capricho de los bautistas se repite con el nombre de la villa, cuya desinencia trae de cabeza a los intérpretes de este género de curiosidades. Para unos, quiere decir magna; para otros, se refiere al repoblador Amann; pero tampoco falta quien atisba manantiales tras el enigma.

Villamañán se despliega en el borde del páramo, a la vista de la inmediata vega del Esla. Los geógrafos despachan su situación hablando de terrazas fluviales. En todo caso, a la altura de Villamañán el Esla hace un quiebro inesperado para acercarse a los oteros y ampliar su vega, lamiendo literalmente los cortados que defienden a Valencia de don Juan. Este capricho fluvial deja a Villamañán en una posición subalterna respecto a Coyanza en los quereres del río. Asomado a la terraza del Esla, Villamañán muestra una estructura circular de cuyo segundo anillo se desmarcan las dos plazas entrelazadas que hacen sitio a la estatura de su torre del Salvador.

Hacia Villacé, al otro lado de un puentecillo seco de tres ojos, se encuentra el santuario de la Zarza, mientras el convento de clarisas santifica la salida del páramo. Este convento, desalojado hace cuatro años, lo habitaron entre 1628 y 1835 unos frailes de San Pedro de Alcántara, aquel santo enjuto que a Santa Teresa le pareció trenzado con raíces. En la encrucijada conventual con el camino del páramo está la fuente y la entrada al Jardín, un parque que se extiende en terrenos de la vieja judería. En su travesía, Villamañán muestra viejos blasones, rotundas rejerías, tapiales agrietados y acogedores soportales. El convento es un edificio modesto y encalado sobre el que apunta una espadaña de ladrillo con un solo ojo de campana.

Muy cerca se abre la plaza Mayor, espaciosa y rectangular, con la iglesia ocupando una de sus caras alargadas. Los lados del frío en la plaza están recorridos por soportales. El conjunto más llamativo de soportales es el que asoma a las plazas, que se prolonga por algunas calles aledañas y da testimonio del calibre de sus mercados. Incluso para un espacio abierto tan amplio como el que forman las dos plazas de Villamañán, la estatura de su torre se antoja un desafío desmedido. Quizá por eso, no pudo aguantar el empuje de los flecos parameses del huracán Hortensia, y el 4 de octubre de 1985 venció su último cuerpo sobre el tejado de la iglesia, averiando la maravilla del coro traído de Eslonza. Lo mejor de su mobiliario desamortizado llegó en carros a Villamañán, donde lo vigila la liebre de su veleta.

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