Diario de León
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PANORAMA ANTONIO PAPELL
León

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L a caída de Harvey Weinstein, uno de los productores más poderosos de Hollywood, tras la denuncia de acoso sexual y abusos contra mujeres por parte de Ashey Judd y una larga lista de actrices (Mira Sorvino, Angelina Jolie, Gwyneth Patrow), ha representado el pistoletazo de salida de un movimiento globalizado contra el machismo planetario secular, que desde tiempos inmemoriales ha reducido a la mujer a poco más que un objeto de placer sexual a disposición del varón. Numerosos medios de comunicación de todo el mundo se han percatado de la importancia de esta movilización general, que al grito beligerante de «Me too» (Yo también), ha sacado a la luz un siniestro repertorio de abusos que ya forma una densa red en todas partes. El fenómeno estaba muy extendido, e iba desde los palacios a los talleres, desde la alta sociedad a la más baja.

En nuestro país, estos sucesos no han suscitado de momento denuncias parecidas, pero sí han coincidido en el tiempo con un caso muy revelador: la detención y juicio de cinco jóvenes por haber violado presuntamente en grupo a una mujer en las fiestas de San Fermín del año pasado. Lo importante de todos estos sucesos es que generan un cambio de mentalidad. Hace unos días, un periódico español recogía la opinión de la profesora Laura Nuño, directora de la cátedra de Género de la Universidad Rey Juan Carlos: «Este movimiento [se refiere a Me too y a otros similares] ha conseguido que la sociedad, al menos en la esfera pública, ponga la carga de la responsabilidad en el acosador y no en las mujeres. Les ha dado credibilidad y ha racionalizado que desde la violencia de baja intensidad con comentarios inoportunos hasta le acoso sexual más agresivo es responsabilidad de quien agrede».

La minusvaloración de la mujer y la resistencia a sancionar la agresión y el acoso van de la mano. Por ello, cuando se exige firmeza en la preservación del respeto debido a las mujeres en términos sexuales, es necesario extender esta demanda a todos los demás aspectos de la vida, y también al laboral. La discriminación salarial por sexo, que todavía persiste en nuestra cultura (y que no recibe la repulsa que sería lógica y deseable), es de la misma naturaleza intelectual que el peaje sexual que el desaprensivo varón impone a las mujeres parta reconocerles la igualdad de oportunidades. Conviene reflexionar sobre ello porque la situación actual no es sostenible.

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