Diario de León

Publicado por
Jesús María Cantalapiedra escritor
León

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V ivir en la periferia urbana tiene muchos inconvenientes, pero no menos grandes ventajas. Después de unos años de permanencia en el ruris, el urbanita, antes del volver a sus ansiados orígenes, retorna al asfalto con unos conocimientos extraordinarios sobre todos aquellos oficios que le eran desconocidos antes de trasladarse a la campiña. Antes de disfrutar del campín se dedicaba a las matemáticas cuánticas, la sicología aplicada, el derecho constitucional, a mercadear con lencería fina y, a lo sumo, a conectar la lavadora en la consiguiente toma de corriente con miedillo y habitual bronca familiar. Nunca acertaba a la primera y finalizaba arrancando la hembra de su encaje a la pared. Un desastre doméstico de difícil compostura. Nunca volvía a encajar correctamente el enchufe. «Quita pa llá¡ ¡Qué hombres! No valéis pa na». Y era la mujer la que solucionaba la desconocida actividad doméstica, después de hacer las camas, limpiar, haber hecho la comida, planchar, y quitar los mocos a los niños en sesión continua.

Hace unos días asistí callado a una interesante conversación técnica en el mesón de un pago, en la que dos o tres aborígenes trataban con propiedad (parecía que habían hecho un master) sobre diversos aspectos relacionados con la electricidad del día a día y sus correspondientes soluciones.

Así se explicaban dos de los más enterados. Inició la disquisición el que parecía más ducho en la materia. Trascribo lo que oí. Hablaban de una avería en la lavadora. –Yo creo que va a ser cosa del cuadro de distribución, aunque, casi me inclino más por el asunto del oscilador del arco voltaico. No sé, no sé… También pudiera intervenir el cátodo inductor que genera el bulón de la parte alta de la crótola, o del ánodo del relé de baja. ¡Vete a saber! Pero, insisto en el cuadro de distribución de alta o en el relé galvánico. ¿Qué pasa? ¿Que no usas el espinterómetro?

Otro, que intermitentemente veía el Madrid-Barça, exclamó pontificando: ¡Que no se dice crótola! En mi manual pone escroto, escroto envolvente. Estáis algo peces. ¡Huy!, otro gol de Cristiano...

—Anda, mira cómo se las ponen a tu Cristiano y calla —respondieron.

El más enterado continuó sus enseñanzas. —Acabo de darme cuenta. Se me había ido el santo al Cielo. ¡Ya lo tengo! La polaridad del bulón es distinta a la del relé y luego pasa lo que pasa con el escroto, como dice éste. Yo creo que me voy a dejar de tecnicismos y arreglo la lavadora con un alambre del tres, de los gordos, y Santas Pascuas. Es lo que hizo mi primo Javier con la moto vieja y va como un tiro. Aunque quedo un poco mosca con el bulón. Y el relé, que en el fondo me tienen algo confundido.

Al cabo de una hora me despedí a la francesa maldiciendo mi ignorancia. Llegué a casa y le dije a mi mujer que se había acabado llamar a servicios técnicos. Después compré dos bulones, una trócola, dos escrotos (con manual), un ánodo, un cátodo y un relé de baja, aparte de diez metros de cable del tres, del gordo. Por si acaso.

Lo cierto es que me puse a la faena para arreglar el lavavajillas, pero se puso la cocina llena de espuma. Natural. El bulón tenía demasiada sección y el relé no entraba en las tomas. Igual que el escroto adaptador. Así que, como buenamente pude, con un alicate de los finos, corte veinte centímetros de cable y uní dos alambres rotos por el uso, que andaban por allí sueltos.

Toda la broma me había costado 522 euros más IVA, pero quedé satisfecho. Mi mujer, asombrada, me dijo: eres un manitas, ¡mi vida! ¡Qué haría yo sin ti, corazón! Yo le respondí que no tenía importancia y que, además, había salido gratis. Sin IVA y sin cobrar la salida ni nada. No como los técnicos, que se pasan un pelín. Ayer me llamó una vecina para que le reparase el frigorífico. Lo hice. Me regaló una botella de Chateau Lafite (del barato).

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