Diario de León

Publicado por
Luis-Salvador López Herrero Médico y Psicoanalista
León

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L es traigo una noticia: «La crisis ha concluido y un mundo nuevo comienza a sostener nuestros pasos». Dicho así, parecería que diferentes ilusiones y esperanzas se despliegan en la actualidad, con empuje firme, para enterrar todos esos odres de pesadumbre que nos habían asolado. Sin embargo, la realidad es tozuda y los hechos, monótonos, confirman una vez más lo ilusorio y el engaño en el que nos encontramos, tal vez por la necesidad que sentimos de confiar en el futuro. A continuación, enumeraré una serie de sucesos, que espero sean conocidos por todos, puesto que los medios de comunicación se han hecho eco de la situación en nuestro nuevo mundo, para confirmar las inciertas premisas que nos asolan: precariedad laboral; coberturas sociales en retroceso; educación privatizada en ascenso; pensiones congeladas y voces que anuncian la quiebra del sistema; emigración de talentos y de profesionales en búsqueda de nuevos horizontes de trabajo o de investigación; estudiantes, universitarios y becarios, sin garantía alguna sobre su futuro profesional, que acabarán en el fango embaucador de los Máster, o en los abusos empresariales de todo tipo. Sin embargo, lo único que parece resistirse en esta nueva ola, aunque con cierto deterioro y pesadez, es nuestro sistema sanitario que, parecería ser la última baza, el último bastión que resta para anunciar, con su caída, el fracaso de un mundo que prometía el bienestar terrenal para todos. Tal vez sea éste el único recurso que queda para seguir creyendo en toda esa promesa de igualdad y de universalidad, que la ideología bienpensante promovía en momentos de bonanza y de algarabía nacional. Pero lo cierto es que ahora todos somos conscientes, unos más que otros en función de su capacidad para afrontar la incertidumbre que encierra lo novedoso, que este mundo que se ha instalado nada se parece al de antaño. Ahora bien, quizá no sea tan original, como algunos pretenden, puesto que hay aspectos estructurales que parecen cuestionar cualquier cambio. Por ejemplo, las jerarquías, condiciones y reajustes laborales se mueven al amparo de la ley, aunque en ocasiones tiendan a maquillar sutilmente ciertas condiciones de explotación hipermoderna. Además, las guerras seguirán su curso cambiando de escenario, del mismo modo que la pobreza y la miseria continuarán con marcha fúnebre en determinadas zonas calientes. También la tensión de lo nuclear nos seguirá acechando con sigilo, puesto que las armas están ahí, bien presentes. E igualmente la lucha por el poder no admitirá tregua alguna, siguiendo el ritmo de la historia, mientras las rivalidades proseguirán su despliegue por doquier, porque el ser humano no puede vivir sin conflictos. De ese modo, si antaño la tensión fue entre griegos y bárbaros, o cristianos y musulmanes, o católicos y protestantes, para irrumpir más tarde en una lucha cuerpo a cuerpo entre nacionalismos, o capitalistas y comunistas cuando el ideal religioso comenzara a plegar su bandera, ahora la flamante confrontación entre géneros irrumpe en nuestro escenario social, de forma creciente. ¿De qué modo? La batalla de guerrillas que supone el machismo fanático, se verá compensada por la presencia de un feminismo, de nuevo rostro, que combatirá paso a paso cualquier rastro de hedor masculino.

No obstante, hay aspectos cruciales que conviene subrayar en este nuevo mundo, que se ha instalado, una vez que el verdadero protagonista no será ya propiamente el pensamiento o las ideas, sino el empuje hacia una adicción a través de las nuevas formas de consumo. Algo que se muestra ciertamente en contradicción con la capacidad adquisitiva de la población, tanto por la disminución de sus salarios como por la sustitución a través de los dispositivos tecnológicos. Sin embargo, el hechizo de la publicidad, del mercado y de los préstamos no tiene parangón en la historia y fuerza, como jamás había sucedido, un consumo desorbitado para todo. La tiranía de la imagen del cuerpo y la satisfacción instantánea, la fascinación por los objetos tecnológicos, el adormecimiento que ejerce el mundo del deporte o el atontamiento de la mirada y de la escucha, con los diferentes brebajes audiovisuales, no tiene freno ni antídoto posible una vez que el silencio, la reflexión, la lectura pausada o la conversación cara a cara, se van convirtiendo en leyendas del pasado. Así que no es de extrañar que, en este nuevo mundo, prolifere la patología de los impulsos, de todo tipo, los déficits de atención infantiles, las diferentes adicciones, la conducta en cortocircuito o las personalidades simples.

Y, ahora, una última cuestión que atañe a lo literario. El gusto por la distopía, en la novela, es también una consecuencia de la entrada en este nuevo mundo complejo, en el que la falta de creencias, consistentes, se suple con la confusión, la extrañeza, lo tenebroso y el encuentro con un mundo sin luz. En este sentido, les recomiendo el último libro de Luis Artigue Donde siempre es medianoche. Un texto en el que las tinieblas sirven para iluminar una posible salida, que siempre será singular o no será.

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