Diario de León

cuarto creciente

El árbol de las cenizas

Ponferrada

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En un ventisquero de Viforcos, en la primavera del año 1951, un pastor dio con los restos de dos mineros devorados por los lobos. Los habían buscado durante el invierno, perdidos en mitad de un temporal de nieve, y solo el deshielo había resuelto el misterio de su desaparición.

Las minas del Bierzo Alto recibían entonces a decenas, quizá cientos, de trabajadores de los pueblos del otro lado del Manzanal, hombres muy jóvenes que recorrían a pie la Ruta de los Mineros Maragatos o la vieja Nacional VI en bicicleta hasta las explotaciones de carbón. La mayoría de ellos se alojaban en lugares como Torre del Bierzo, La Silva o Montealegre y algunos fines de semana desandaban el camino para regresar a sus casas. Y eso es lo que hacían, volver a sus casas a pie, por la senda de montaña, los dos mineros que se arriesgaron a cruzar el puerto de Manzanal en pleno invierno, un día de nieve. Lo que les ocurrió dejó huella en los periódicos de la época tanto como en la memoria popular y lo recordaba hace una década en su documental Paisajes Interiores el cineasta berciano y hoy alcalde de Torre Gabriel Folgado, que entrevistó a los familiares de los dos desaparecidos. Esa historia, tan trágica, es un eco que resuena de vez en cuando en los pueblos medio abandonados del puerto del Manzanal y del Bierzo Alto. Una leyenda.

En el pozo Casares, el último que estuvo activo el Bierzo Alto, hoy convertido en un foco de contaminación por las filtraciones de aguas residuales que llegan hasta el río Tremor, también crece otra leyenda. Y es más amable de contar; la historia de dos mineros jubilados, dos trabajadores de la vieja Antracitas del Bierzo Alto, revela Mari Ángeles Cebrones en este periódico, que han querido que sus cenizas reposen en el yacimiento donde picaron carbón. El lugar exacto en el que extendieron sus restos es un secreto familiar, pero allí donde el camino se bifurca hacia la bocamina y el lavadero, ramos de flores aparecen al pie de un árbol en el Día del Padre.

Y a los que somos hijos de la mina, los que crecimos en sus últimos años de esplendor —no pretendo aquí mitificarlos— nos estremece pensar en las flores y en el árbol. Porque sin saberlo, o quizá conscientes de que su forma de vida ya era cosa del pasado, esos dos jubilados que trabajaron en el Bierzo Alto han escrito el mejor epitafio para el carbón. Con sus cenizas.

Y disculpen la nostalgia.

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