Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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Se habla mucho en estos tiempos de la España que se despuebla. Nuestro país tiene muchas zonas así; siempre las tuvo. Pero en los últimos tiempos esa tendencia, —que empezó a ser muy intensa en los años 50 del pasado siglo-—se ha agudizado. Conocemos bien la geografía de ese abandono, tan doloroso y, probablemente, irreversible. Un declive de villas, pueblos y comarcas en buena parte vinculadas al Sistema Ibérico —provincias de Soria, Guadalajara, Teruel, Cuenca…— pero también a otros territorios aragoneses, manchegos o valencianos. Un mundo melancólico que, por otra parte, está dando lugar a una hermosa literatura de compromiso, amor y denuncia.

El Bierzo ha sido una región dignamente poblada, incluso antes del aldabonazo de su gran revolución industrial, la que sucedió entre 1910 y 1970, aproximadamente. En ese periodo la comarca casi duplicó su población, y ahora somos un diez por ciento menos, unas 135.000 personas. Una cifra que, siendo modesta, casi dobla la actual de la provincia de Soria, tan bella, amplia y serena, y que es similar a la de otras provincias declinantes. Es decir, no estamos tan mal. Aunque tampoco está tan claro que vivir en una provincia poco poblada sea malo. Para unas cosas, sí, pero para otras no tanto. Depende de muchos factores. En todo caso, los servicios públicos siempre han de ser los mejores y más igualitarios posibles. Viva uno donde viva.

Pero a lo que voy: siempre ha existido un Bierzo vacío. O casi. Y representa algo así como la mitad del territorio comarcal. En los valles de Fornela, Ancares o Selmo, en el alto Burbia, en las montañas al sur y oeste del Catoute, y en toda la corona de los montes Aquilianos, ha vivido siempre muy poca gente. Y aunque ahora hay mucha menos todavía, curiosamente sus pueblos están mejor que nunca, sus casas más cuidadas; como un inesperado festín de flores, piedra y madera. El desierto verde y bravo que domina la comarca desde tierras muy hermosas y apartadas es algo familiar para los bercianos, ya desde antes del gran éxodo a la ciudad. Y aunque a algunos les parezca una pena esa despoblación, también tiene su encanto. Para quienes buscan soledad, silencio, y una naturaleza casi intacta. Los bercianos, y quienes nos visitan, podemos elegir entre el bullicio, nunca excesivo por otra parte, que habita la hoya fértil que rige el río Sil, y esa demarcación montuosa y sugerente. Esa enorme riqueza de montañas, ríos, sendas, castros, caminantes y memoria.

Ese Bierzo vacío nos duele, pero también es un reino de sorpresa y hondura. Allí nos sentimos muy pequeños al lado de su poderosa orografía. Ese Bierzo que es una quimera imaginar repoblado, está lleno de sueños. Los sueños que colocamos sobre sus aldeas, sus ríos y sus montes los vecinos del llano. Sueños que, de un modo u otro, se cumplen. El principal de todos: saber un poco mejor qué somos.

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