Diario de León
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ERNESTO ESCAPA
León

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La collada de Pandorado se interpone entre Riello y Guisatecha, marcando frontera entre la Omaña que históricamente pivotó alrededor de Riello y la que tiene por centro a la villa de Murias de Paredes. Hubo unos años en que Pandorado alentó la expectativa de convertirse en núcleo turístico, en torno al santuario que convoca las romerías más concurridas de la comarca, pero la crisis ya se encargó de apagar también aquel espejismo. El descenso hacia Guisatecha culebrea por la cuesta del Pajarón hasta alcanzar el valle del Omaña. El pueblo siguiente es El Castillo, presidido por la fortaleza que se alza en la confluencia del arroyo de Salce con el Omaña.

Este castillo abatido colecciona tantos nombres como infeliz destino. En su época de esplendor fue una fortaleza temible, pero actualmente su silueta mellada por el despojo de los siglos parece un decorado para engalanar el remanso truchero del Omaña. Fue baluarte del dominio señorial de los condes de Luna sobre la comarca, que no se sacudió las servidumbres hasta la llegada de la segunda República. La fortaleza se llamó de Benar o Beñal o Viñal o Beñar. Un galimatías difícil de escudriñar. Por su parte, los Quiñones de Luna, que eran más farfantones que nadie, bautizaron este castillo hecho de lajas y chinarros como Atenar, con la ambición se semejarse nada menos que a Atenas, porque les complacía sentirse señores de la misma acrópolis.

Situado sobre un antiguo castro, domina el valle y también el paso del camino Real a Cangas de Narcea. El padre César Morán, agustino del vecino Rosales, atisbó en sus sabrosas Excursiones Arqueológicas el asentamiento a los pies del castro de un poblado romano destinado a controlar y administrar las explotaciones de oro de Omaña. Con el paso de los siglos, el castillo medieval se convirtió en presidio, acrecentando las iras del contorno, de manera que en cuanto hubo ocasión fue parcialmente demolido para pavimentar la carretera parlamentaria obsequiada por Eduardo Dato, quien controló el distrito durante la Restauración.

El Castillo tiene un coto truchero del que escribió maravillas Miguel Delibes, siempre atento a la filosofía expansiva de Paulino en la tribuna del bar Sandalio, con sus patillas de hacha y la teoría pintoresca de que la cópula de los sapos acobarda a las truchas, que se refugian en las torrenteras para vencer el pánico ante las sapinas que entran al agua a desovar. A los pies mismos de la fortaleza ofrece el Omaña una tabla de baño concurrida en temporada. Y expediciones toponímicas que enlazan con las trucheras de Paulino recogidas por Delibes. Mirando hacia la sierra de la Filera, si Arienza se refiere al color blanco de sus aguas, Cornombre significaría río que viene de la montaña.

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