Diario de León

HOJAS DE CHOPO

Donde el tiempo se detiene

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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Escribió Iván Repila en El niño que robó el caballo de Atila sobre la existencia de «una máquina de bombear memoria», en la que, sin duda, hay una estancia para los sueños. No sé por qué estos se activan de manera especial e intensa en épocas veraniegas, acaso por la libertad que supone desprenderse del lastre de los meses y los días. No solo bicicletas, playas y aguas son para el verano, inmersos en él tradicionalmente en estos días, aun con el desequilibrio que la estación ha traído consigo este año, pero, quizá por eso, con la inevitable renovación de olores antiguos, como ese impagable, para servidor, de la tierra húmeda y primigenia. Todo un lujo que esconden los sentidos para valorar las cosas elementales. Y es que soñar no solo pertenece al futuro, también al pasado, ejercicio que, en ambos casos, ocupa no pocos momentos de nuestra vida y se convierte por derecho propio en aspiración inevitable y legítima.

Hay pasiones que entusiasman y que a veces devoran. Seguramente entre estas últimas, buscar o encontrar las coordenadas de los sueños personales, sobre todo si se tiene en cuenta la advertencia de Hermann Hess de que «la dicha no la traen ni el poder ni el tener ni el conocimiento». En todo caso, la curiosidad, la noble sencillez de la cotidiano, la sonrisa compartida ante los espacios puros y elementales que se abren a nuestras miradas. No sé por qué el convencimiento de que lo poético, que nada tiene de extraordinario, es con frecuencia lo real de los sueños. Soñar, volar, navegar, aislar las sensaciones, asistir a festivales, viajar…, tentaciones inevitables y repetidas del verano, son sinónimos de magia y literatura, entre otras esta noble, en expresión de E. Canetti, de inventar «personajes que nadie cree y, sin embargo, nadie olvida», otra fórmula para habitar el mundo de los sueños.

Legítimo es soñar, sin explicaciones que confirmen ninguna preferencia, la isla idealizada donde el tiempo se detiene, a donde, estoy seguro, no pueden llegar «ni los más altos pájaros de la memoria», en una hermosa teoría de Saramago en Memorial del convento. Hay aspiraciones que reverdecen en estos tiempos de luz más intensa y prolongada. La propia filosofía remite con frecuencia a la necesidad de atrapar el instante. Disfrute el suyo. Es una de las alternativas de la felicidad. Me parece.

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